MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
29 de septiembre
Cristo hace la diferencia
Tanto en lo que respecta al vivir como al
morir, lo único que hace la diferencia es Cristo. Tener a Cristo o no tenerlo.
Pese a la gran variedad de factores que hacen diferente el vivir en la tierra,
el relacionarse entre las personas, sus características, cultura, raza o clase,
todos los seres humanos tienen el mismo rasgo esencial: todos están en igualdad
de condiciones delante de Dios: todos están destituidos de su gloria,
enemistados con él, alejados de él para siempre por sus pecados.
La historia del hombre comienza a cambiar
sólo cuando halla a Cristo, o cuando es hallado por él. El gran salto en la
vida no es obtener un título universitario, ni recibir una gran herencia. No es
contraer feliz matrimonio, ni tener muchos hijos. Aunque estas cosas forman
parte del vivir dichoso en la tierra, no son el punto que hace la gran
diferencia entre los hombres a la hora de vivir y de morir. Sólo Cristo hace la
diferencia.
Sin Cristo, una vida vivida al tope de la
grandeza humana, es una miseria. Podrá tener visos dorados, y una apariencia
gloriosa, Sin embargo, es toda desazón y sobresalto. Sin Cristo, una vida puede
alzarse a las mayores alturas de la fama, de las riquezas, y de la honra, sin
embargo es sólo un largo alarido entre dos silencios, una llamarada de ilusión
entre dos abismos.
Sin Cristo, la muerte es aún más dramática.
Es pasar del alarido al fuego, y de la ilusión al horror. Una persona que muere
sin Cristo está desnuda, porque no tiene nada con qué presentarse a Dios. Es
pobre porque no tiene ninguna riqueza con qué enfrentar los siglos venideros.
Es desdichada, pues no tiene ninguna perspectiva de gozo futuro.
Toda la vida de vanidad, de todo el juego de
apariencias que conforma la vida social, acaba con el postrer suspiro. Nada de
lo que se estimó hasta ahora como sublime, soporta la mirada escrutadora de
Dios. Todo es miseria, desnudez, y espanto.
Sin embargo, cuán diferente es ser de Cristo
a la hora de vivir. Aunque no sea lo que pudiera llamarse 'un camino de rosas',
todo es diferente. Las riquezas no envanecen; la pobreza no duele. Los pequeños
bienes otorgados por Dios son un tesoro mayor; las pequeñas dichas humanas,
llenan el corazón de felicidad. La razón de este 'plus' es la presencia de
Cristo. Su precioso Espíritu endulza las penas, y hace soportable el rigor de
¿Qué diremos del 'morir en Cristo'? Toda la
luz del cielo destella para que el que parte; toda la consolación del cielo se
despliega para los que quedan. El capítulo más triste de la historia de cierra
(porque la vida humana, comparada con la celestial, es sólo un 'valle de
lágrimas'), y comienza una nueva, mucho más dichosa. La verdadera vida, la vida
eterna, sin trazas de debilidad y deshonra, comienza a ser vivida de verdad.
Morir en Cristo es la dicha mayor, la
verdadera riqueza, el descanso de todos los trabajos y afanes. ¡Bienaventurados
los que mueren así!