MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
25 de septiembre
Betania
La aldea de Betania, cerca de Jerusalén,
tiene en el Nuevo Testamento una connotación muy particular. Allí vivían tres
hermanos, Marta María y Lázaro, que eran amigos del Señor. El Señor encontraba
en esa casa el afecto y la devoción que no hallaba en otros lugares, en
Jerusalén, por ejemplo.
La Escritura registra varias escenas
ocurridas en Betania, breves, pero muy significativas. En la primera de ellas,
María está sentada a los pies del Señor, oyéndole, mientras Marta su hermana
sirve afanosamente. Cuando Marta recrimina a María delante del Señor, el Señor
la defiende, pues ella ha escogido la buena parte (Lc.
10:38-42).
Luego, hay otra escena en que las dos
hermanas lloran la muerte de su hermano. Lo hacen de dos maneras diferentes,
pero cuando el Señor resucita a Lázaro, ambas son consoladas (Juan 11). Una
tercera escena nos muestra a Marta sirviendo (sin reproche) y a María
postrándose a los pies del Señor para ungirle con su perfume de nardo puro.
Lázaro, en tanto, está sentado a la mesa con Jesús (Juan 12:1-8).
Aun hay una cuarta escena en Betania:
"Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y
aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al
cielo" (Lc. 24:50-51). En Betania ocurrió la
escena final en el ministerio terrenal de Señor. Lo último que vieron Sus ojos,
al ascender a los cielos, fue a sus amigos Marta, María y Lázaro, y sus
discípulos. ¡Qué bienaventuranza para aquellos!
Betania representa el remanente de Dios en
los días del Nuevo Testamento. Allí, en esa intimidad carente de toda
pretensión, apartada del centro religioso imperante, el Señor Jesús es
valorado, amado y servido como es digno. Allí no está el ceremonial que
tipifica su figura; allí está él mismo. Allí no están las frías maneras que la
hipocresía ha desvirtuado; está él mismo. Allí no hay una devoción de labios,
carente de verdaderos afectos, sino que hay lágrimas de gratitud y de gozo.
Un hogar sencillo y común, y no un templo
tapizado de oro; el amor fluye de corazones sinceros, y no la fría
indiferencia. Es Betania, el hogar verdadero, donde las penas son aliviadas; es
la Casa de Dios hecha de corazones de carne. En ella Cristo es el centro. Todas
las miradas se dirigen a él; Su mirada se posa sobre cada uno de los que él ha
llamado, y les consuela de todas sus angustias. Su voz apacible da reposo al
corazón. Allí no hay otro nombre, ni otra doctrina, porque Él es suficiente.
Los que habitan en Betania estaban en otro
tiempo lejos y destituidos; por eso, ellos no tienen nada propio que exhibir.
Son absolutamente indignos y desconocidos. Sin embargo, allí han sido
consolados. Y cuando sobrevienen la prueba y el día malo, ellos encuentran en
Cristo la resurrección y
Betania ayer, y Betania hoy. Paz, consuelo,
amor derramado, servicio gozoso, testimonio irrefutable de que Cristo ha
resucitado y ha ascendido para, en cualquier momento, regresar.