MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
24 de septiembre
Oír su voz y seguirle
"No seáis como el caballo, o como el mulo, sin
entendimiento…" (Salmo 32:9).
¡Cuán difícil es para nosotros oír la
enseñanza del Señor respecto a nuestras necesidades diarias! Tenemos el ímpetu
del caballo y la fuerza de la mula cuando aparece delante de nosotros cualquier
situación en nuestro día a día, mas no tenemos la mansedumbre de la oveja para
oír al Señor, siendo que Dios nos enseña que en la confianza está nuestra
fortaleza. "Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En
descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra
fortaleza. Y no quisisteis, sino que dijisteis: No, antes huiremos en caballos;
por tanto, vosotros huiréis. Sobre corceles veloces cabalgaremos; por tanto,
serán veloces vuestros perseguidores" (Is.
30:15-16).
Es más fácil para nosotros correr de un
lado para otro como un caballo, y buscar recursos y socorro en nuestra fuerza
en vez que oír y esperar en el Señor. Mas Dios conoce
nuestra debilidad, y es longánime con nosotros. Él
siempre nos espera y tiene misericordia de nosotros. "Por tanto, Jehová
esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será exaltado teniendo de
vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo; bienaventurados todos los
que confían en él" (Is. 30:18).
En los versículos 8 y 9 del Salmo 32 con
que comenzamos, el Señor nos dice: "Te haré entender, y te enseñaré el
camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo,
o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con
freno, porque si no, no se acercan a ti".
No podemos ser como el caballo o como el
mulo. A pesar de su ímpetu y de su fuerza, ellos no se sujetan sin cabestro y
sin freno. Ellos no tienen entendimiento, mas Dios nos dio su Espíritu, a fin
de que comprendamos las cosas de Dios. "Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo
que Dios nos ha concedido" (1ª Cor. 2:12). Ahora tenemos la mente de Cristo
para discernirlo todo.
No somos caballos o mulos, sino ovejas de
su rebaño. "Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado" (Salmos 100:3).
La oveja no necesita de cabestro, porque ella se sujeta a la voz de su pastor.
"Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre
el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las
saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las
ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán
de él, porque no conocen la voz de los extraños" (Juan 10:2-5). Oigamos su
voz, atendamos su enseñanza, porque como un Buen Pastor, él nos tiene muy en
cuenta. (Salmos 23:1-3).
Necesitamos conocer la mansedumbre del
Cordero. Cuando él estuvo bajo sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su
boca, esperando todo del Padre. "Angustiado él y afligido, no abrió su
boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus
trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca" (Is.
53:7).