MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
23 de septiembre
Cristo, satisfacción plena
El día que un hombre nace de nuevo es
inolvidable. Su vida entera sufre un vuelco total. La vida de Dios ha entrado
en su vida, y la ha enriquecido. Quiere servir a Dios y se deja guiar por los
creyentes de mayor madurez y responsabilidad para hacerlo. Entonces se llena de
actividades.
Sin embargo, al cabo de un tiempo, la
situación del creyente suele volver a la insatisfacción inicial, aunque ahora
sabe que tiene a Dios en su corazón. Intenta subsanar el problema leyendo, orando,
ayunando. Se autoimpone una férrea disciplina. Busca
métodos para un andar victorioso, pero nada logra. Sus intentos por agradar a
Dios fracasan uno tras otro. Le parece que Dios se ha escondido, pero algo en
su interior le dice que debe insistir. Busca las promesas de Dios y se aferra a
ellas. Entre tanto, nada de lo que el creyente es o posee resulta
satisfactorio. Todo lo que le rodea pierde brillo, el mundo es un desierto, los
afectos humanos (siendo legítimos) no llenan el corazón, los ojos se cansan de
mirar la vanidad del mundo.
Entonces Dios se manifiesta a él. Y entonces
comienza a hacerse la luz en su angustiado corazón. Algo se destapa, un dique
desaparece, los ojos se abren. Y la primera gran cosa que ve lo sorprende
tremendamente: que para toda necesidad del creyente, para toda hambre y sed
espiritual, Dios tiene una sola respuesta: Cristo. Toda nueva victoria de su
andar cotidiano consiste en algún aspecto de la victoria de Cristo en la Cruz
que ve y que se la aplica por fe a su vida espiritual. En Cristo, Fuente de
bendición insondable, se halla toda la plenitud de la deidad (Col. 2:9), todos
los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3). Hasta ahora, todo lo
que había estado haciendo, aquello que lo había tenido ocupado no era Cristo,
sino cosas en torno a Cristo. Incluso muchas de ellas ni siquiera alcanzaban a
eso. Por esa razón no podían saciar su alma ni traer paz a su corazón. Ha
estado preso en sus muchas obras.
Pero ahora, Cristo le es revelado al
corazón. Ve que el agrado de Dios es Cristo, en quien tiene perfecto
contentamiento. ¡Entonces Cristo, la luz verdadera, la vida inmarcesible, es
constituido en todo el Bien del cristiano!
Cuando la luz de la aurora se hace más y más
notoria, las sombras van desapareciendo, los perfiles difusos y oscuros de las
cosas van adquiriendo formas definidas y se visten de color. Así, al ser
revelado Cristo al corazón, nuevos acentos de su maravillosa Persona se tornan
nítidos; su obra en la cruz cobra mayor relieve; se alza maravillosa la
conclusiva frase de la cruz: "Consumado es". La perfección de su
obra, los alcances eternos de ella pasan a ser la herencia del creyente, la
provisión con que Dios le agració desde el principio. ¿Salvo para siempre?
¿Justo? ¿Santo? ¿Agradando el corazón de Dios? ¡Es maravilloso! ¡Cuántas
heridas son sanadas, cuántas preguntas respondidas sin palabras!
La voluntad de Dios para el cristiano es
atraernos a Cristo para que sólo en Él hallemos satisfacción plena. Para que
digamos como Agustín de Hipona: "Mi alma no halla descanso, Señor, sino en
Ti".