MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
19 de septiembre
Expresando a Cristo
"... no hay otro como él en la tierra..."
(Job 1:8).
Todo lo que fue registrado en las Escrituras
es para nuestra enseñanza (Rom. 15:4), y nunca
podemos olvidarnos que ellas testifican de Jesucristo, para que yendo a Él
tengamos vida (Jn. 5:39-40).
Es interesante como al principio siempre
vemos al hombre, y después el Espíritu nos lleva a ver a Cristo. El libro de
Job fue puesto en las Escrituras por algo muy importante para la vida
cristiana. Job era un hombre especial, un hijo de Dios, íntegro, recto,
temeroso de Dios y apartado del mal (v. 8). Un hombre protegido por Dios de
todos los lados; bendecido en todo lo que ponía las manos y sus bienes se
multiplicaban sobre la tierra (v. 10).
Job era un creyente con un testimonio intocable,
amado por sus amigos, un hombre que se ponía en la entrada de la ciudad, donde
se reunían los ancianos, y los príncipes oían sus palabras. Un creyente que
libraba el miserable que clamaba y al huérfano que no tenía quien lo
socorriese. Un creyente que era un canal de las bendiciones de Dios para otros
y que daba alegría al corazón de la viuda (Job 29).
¿Por qué un hombre con un testimonio como
éste fue entregado a Satanás? Recordemos que fue Dios quien llamó la atención
de Satanás y que le permitió tocarlo en todo, menos en la vida de Job (Job
2:6). En el capítulo 42 Job reconoce que Dios tuvo un propósito bendito en todo
lo que permitió que le aconteciese; que él hablaba de lo que no conocía, y que
con eso encubría el consejo de Dios a los otros, que el propósito de Dios no
podría ser impedido, y proclamó un arrepentimiento genuino. ¿Pero dónde está la
clave de todo? ¿Cuál es el propósito de Dios que no puede ser impedido?
Dios entregó a Job a Satanás para destruir
su testimonio. Todos admiraban a Job, lo miraban a él y se reflejaban en él.
Job era el referencial y no Cristo. Job no podría hacer vano todo el propósito
de Dios para el hombre: reflejar a Cristo.
El Señor no quiere de nosotros el testimonio
de un súper cristiano, o de un súper creyente, sino de Cristo mismo. No quiere
que nosotros seamos vistos y reconocidos en la tierra, sino Cristo. Si nos
estamos expresando a nosotros mismos como excelentes cristianos, estamos
prontos a ser entregados a Satanás. El apóstol Pablo reconoció esto cuando le
fue enviado un aguijón en la carne.
Desde su arrepentimiento, Job empezó a
expresar a Cristo volviéndose intercesor de sus amigos. Después pudo expresar
el reino de Cristo, cuando Dios le duplicó lo que antes poseía, como Jesús
enseña en la parábola de los talentos. Todo después del arrepentimiento expresa
a Cristo, da testimonio de Cristo y no más de Job. El testimonio de aquel gran
hombre terminó en polvo y ceniza, y el nuestro también tiene que terminar así.
Cualquier cosa para el testimonio y para la
edificación de la vida cristiana tiene de venir del propio Cristo. Porque de
Él, y por Él y para Él son todas las cosas, a él sea gloria eternamente.