MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
18 de septiembre
Ni señales ni sabiduría
Los judíos en tiempos de Jesús tenían una
extraña obsesión: ellos querían a toda costa que Jesús hiciera algún milagro
espectacular –una "señal"– que probara su pretendido
mesiazgo. Los judíos esperaban un Mesías político que les librara del poder
romano. Debía ser poderoso, y poderoso al estilo judío, es decir, capaz de
hacer milagros, como los que hizo Moisés a la salida de Egipto. Sin embargo, el
Señor rechazó sistemáticamente tales pretensiones.
El Señor era todo lo contrario de esta
imagen mesiánica: era manso, sencillo y pobre; y cuando hizo milagros, le quitó
todo perfil espectacular. De acuerdo a la mentalidad práctica e interesada del
judío, Jesús no podía ser el Mesías.
Los griegos también tenían una extraña
obsesión:
La resurrección de un hombre no encajaba en
la mentalidad racionalista y reflexiva de los griegos. Ellos hubiesen esperado
una ordenada argumentación, en que dados ciertos postulados se hubiesen
derivado otros de aquéllos, sin forzar la lógica del pensamiento. Pero Pablo
fue categórico, impetuoso; y aseveró cosas que no demostró lógicamente ¿Cómo
podía ser creído? Era más de lo que podían aceptar (Hech.
17:16-34).
Pablo da a conocer, en su carta a los
corintios, cuál es la forma como Dios salva. Allí dice que "agradó a Dios
salvar a los creyentes por la locura de la predicación". Dios rechaza el
camino de los milagros (aunque Dios hace milagros), y el de la sabiduría humana
(aunque Dios mismo le dio la inteligencia al hombre). Dios ha decidido salvar al
hombre por medio de un método extraño: "la predicación".
La predicación es, simplemente, la
exposición por medio de palabras de ciertas verdades espirituales. La
predicación requiere que el oyente simplemente oiga, y la misma predicación
producirá fe en su corazón para creer. El tema de esta predicación es uno solo
y muy simple: Jesucristo crucificado. Por eso la predicación es también llamada
"la palabra de la cruz". La salvación llega al hombre vestida de
sencillez y por medio de instrumentos también modestos. No con milagros, ni con
"excelencia de palabras o de sabiduría", sino con una predicación
acerca de la muerte de Cristo en la cruz para salvar a los pecadores.
Este es el extraño método de Dios. Es un
método tal, que deja burlados a los "milagreros" y a los
"filósofos", y es capaz de llegar a todos los hombres, sin distinción
alguna.
Recuérdelo: el método de Dios para salvar al
hombre no son las señales ni la sabiduría, sino la predicación de la
ignominiosa cruz de Cristo, el Salvador de todos los hombres (1ª Cor. 1:21).