MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
11 de septiembre
El fuego de Dios
El Espíritu Santo es Dios. El Espíritu Santo
es, por lo tanto, una Persona con todos los atributos de tal. Sin embargo, para
que podamos conocerle mejor, él se nos representa a través de algunos símiles.
Uno de ellos es el fuego.
Cuando Juan el Bautista anunció el
ministerio del Señor Jesús dijo, entre otras cosas, que Él bautizaría en
Espíritu Santo y fuego (Mat. 3:11). Esto se cumplió parcialmente en
Pentecostés, cuando vino el Espíritu sobre los apóstoles y lenguas de fuego se
aparecieron sobre cada uno de ellos (Hch. 2:3), y se
ha seguido cumpliendo hasta nuestros días.
¿Qué significa que el Espíritu Santo sea
fuego? El fuego purifica. Los metales nobles (y el creyente es precisamente
eso) son purificados cuando son puestos en el crisol al fuego, y quedan así
limpios de
¿Qué más significa? El fuego también es el
denuedo del creyente lleno del Espíritu. El fervor y arrojo de los apóstoles
luego de Pentecostés es el ejemplo. Pese a las tribulaciones y amenazas, ellos
predican la Palabra, la cual era confirmada con señales y prodigios de parte de
Dios. En este sentido es como debe entenderse la exhortación de Pablo a
Timoteo: "Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que
está en ti por la imposición de mis manos" (2ª Tim. 1:6). Timoteo había
recibido el Espíritu por la imposición de las manos de Pablo, pero él debía
avivarlo.
El fuego de Dios puede ser avivado como
también puede ser apagado. En la 1ª epístola de Pablo a los Tesalonicenses
dice: "No apaguéis al Espíritu" (5:19). Esta expresión nos sugiere
claramente la idea de fuego.
Tanto la exhortación en positivo a Timoteo
como ésta en negativo a los tesalonicenses indica claramente que este asunto de
apagar o avivar el fuego del Espíritu depende exclusivamente del creyente y no
de Dios. ¿Cómo se puede apagar y cómo se aviva? El creyente debe saber que todo
lo que está asociado al mundo, como también todo pecado, apaga el Espíritu. La
incredulidad es un gran pecado, responsable de otros muchos, por tanto, es
causal de apagar al Espíritu. Por otro lado, todo aquello que pone al creyente
en contacto íntimo con Dios, sea la oración, la lectura o el oír la Palabra de
Dios, la comunión con otros creyentes, enciende el fuego del Espíritu. ¡Que nos
libre el Señor de proceder en contra del Espíritu y tenerlo apagado dentro de
nosotros!
El profeta Jeremías reconocía tener
"como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no
pude" (Jer. 20:9). Este fuego del profeta le
libró de la apostasía. Él trató de zafarse de la encomienda que Dios le había
dado, pero teniendo a Dios mismo –el Espíritu de Dios–
metido en sus huesos fue librado de ello. ¡Oh, que
muchos Jeremías se levanten hoy en medio de la apostasía que vivimos para que
nadie renuncie a su llamamiento, ni reniegue de su fe, sino, antes bien, sean
valerosos portavoces del testimonio de Dios!