MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
10 de septiembre
El soplo de Dios
Poco después de la resurrección, el Señor,
estando con los discípulos, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid el
Espíritu Santo". El mismo soplo de Dios que fue vida en la nariz de Adán (Gén. 2:7), fue aquí, para los apóstoles el Espíritu Santo.
Allí en el Edén fue vida para el alma; aquí fue vida para el espíritu. Este es
el soplo del cual el Señor Jesús habló a Nicodemo con estas preciosas palabras:
"El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan
3:8). Soberano. Misterioso. Así es el Espíritu en su actuar.
Este viento vivificador –el Espíritu Santo– puede ser un viento recio o bien una suave y
delicada brisa. En Pentecostés fue un "viento recio" que llenó toda
la casa donde estaban sentados (Hech. 2:2). El viento
recio es como el viento puelche que sopla en algunos lugares al sur de Chile.
Su soplo es tan potente que se lleva las basuras arrojadas en las calles, barre
el polvo y la arena, y todo aquello que no está suficiente firme. Aun las nubes
en el cielo desaparecen llevadas lejos por el impetuoso viento, dejando el
cielo diáfano. El Espíritu Santo también hace una obra de limpieza así. Todo
aquello que no está sujeto a Cristo es llevado lejos. Toda basura es quitada,
toda impureza es barrida. ¡Qué sanador es para el alma del creyente esta obra
del Espíritu Santo!
Pero también el Espíritu es como la brisa, y
entonces viene a aquietar nuestro espíritu con un silbo suave y apacible, tal
como ocurrió con Elías en aquella cueva del monte Horeb. Su espíritu estaba
agitado, su alma turbada. El celo de su corazón se había encendido sobre el
monte Carmelo, y ahora descendía al valle del temor. Entonces Dios hace pasar
delante de él un poderoso viento que rompía los montes y quebraba las peñas;
luego un terremoto y un fuego, pero Dios no estaba ni en el viento, ni en el
terremoto ni en el fuego. Dios vino, en cambio, como un silbo apacible y
delicado (1 R. 19:11-13). El viento apacible y delicado nos refresca en el día
de la agitación y el calor. Acaricia tenuemente nuestro rostro, y oxigena
nuestros pulmones. ¡Qué maravilloso es el Espíritu de Dios!
En Ezequiel 37 encontramos una hermosa
alegoría acerca del Espíritu. Allí se muestra cómo, a la palabra de Ezequiel,
hubo un ruido, y luego un temblor, y los huesos secos diseminados por el valle
se juntaron cada hueso con su hueso. Luego, hubo tendones, más tarde subió
sobre ellos carne, y después piel. "Pero –aclara–
no había en ellos espíritu". Entonces, al profetizar Ezequiel "entró
espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies". Sin el espíritu
había sólo huesos, tendones, carne y piel, es decir, había cadáveres, pero no
había hombres. Así ocurre también en muchos ambientes cristianos. Hay todo lo
que usted pida en cuanto a expresiones de la naturaleza adámica, pero no hay
mucho de la nueva creación. Todo lo que no es del espíritu, es de la carne
(Juan 3:6; 6:63).
Mucho se ha pecado contra el Espíritu,
menospreciando su obra, olvidándole e ignorándole. ¡Que el Señor derribe
nuestra suficiencia para que tengamos al Espíritu de Dios actuando libremente!