MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
9 de septiembre
El agua de Dios
Nadie conoce el verdadero valor del agua
hasta que la sed le ha hecho doler el alma. Israel en el desierto sufrió la sed
así. Entonces Dios le hace brotar agua de
Cristo es la Roca de la cual manan las aguas
vivas. Junto al pozo de Jacob, Él dio de beber a la mujer samaritana, y el agua
que él le dio se transformó en una fuente que saltó para vida eterna (Juan
4:14). Dondequiera que Él iba, daba de beber de esa agua a
En aquel último y gran día de la fiesta en
Jerusalén, el Señor Jesús alzó la voz y dijo: "Si alguno tiene sed, venga
a mí y beba. El que cree en mí... de su interior correrán ríos de agua
viva". Y Juan agrega: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir
los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque
Jesús no había sido aún glorificado" (Juan 7:37-39). Estos ríos fueron
derramados en Pentecostés y aún siguen fluyendo en los que creen en el Hijo de
Dios.
Las aguas vivas son diferentes del agua de
un pantano, o de un pozo. Una agua estancada no tiene
vida, no es limpia. Se amontonan las impurezas y se va formando sobre ella, y
en su fondo, una costra de muerte. Las aguas del Espíritu son vivas, es decir,
fluyentes, frescas y puras como las de un manantial.
El agua del Espíritu regenera. En este
pasaje de Juan 7 está claramente establecido cómo se recibe esta agua viva. Es
preciso tener sed, luego, es preciso creer en Jesús. Entonces, se recibe esta
agua con tal abundancia, que corren ríos de agua viva por el interior del
creyente.
El agua del Espíritu limpia. El corazón del
creyente necesita permanentemente la acción del Espíritu para ser limpiado de contaminación,
y del polvo de
El agua del Espíritu vivifica. Un terreno
castigado por la sequía se endurece, y no puede brotar en él el preciado fruto.
Pero cuando viene la lluvia, el terreno se reblandece, y se vuelve acogedor
para
En Ezequiel 47 está la alegoría de las aguas
salutíferas. Es necesario no sólo mojarse hasta los tobillos, o hasta las
rodillas o los lomos. En ese río tan abundante es preciso sumergirse
enteramente y nadar, con la dichosa bendición de que "vivirá todo lo que
entrare en este río" (v. 9).