MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
8 de septiembre
El aceite de Dios
El aceite tiene múltiples usos en las
Escrituras, y todos ellos son representativos del Espíritu Santo: para las
ofrendas, para ungir, para dar luz, para sanar; es símbolo de honra, alegría y
prosperidad.
El aceite ocupaba un lugar prominente entre
las primicias que se ofrecían; las ofrendas de harina frecuentemente se
mezclaban con aceite. El aceite de la santa unción era confeccionado de
especias escogidas; su fórmula era secreta, y nadie podía usarlo para fines
profanos. Con ese aceite se ungían los utensilios del tabernáculo y a los
sacerdotes que ministraban allí. Si se ungía a alguien extraño, éste moría
inmediatamente.
Así, la unción de Dios recaía sólo sobre los
sacerdotes, los que ministraban delante de Dios. Así ocurre también hoy. Sólo
los hijos de Dios –sacerdotes en el Nuevo Pacto–
tienen esta unción, y su presencia en ellos los distingue y los honra. Con
aceite se ungía también a los reyes, como David, y con ello el Espíritu de Dios
venía sobre el escogido, otorgándole sabiduría y escudo.
Pero también el aceite era usado para el
candelabro y las lámparas. ¿Su función? Iluminar la casa de Dios. Sin el aceite
no hay luz. Sin el Espíritu tampoco hay luz. La iglesia puede transformarse en
un lugar oscuro, donde no se descubren las impurezas, si es que el Espíritu
Santo no está iluminando el corazón.
Era costumbre en Israel en la época del
Nuevo Testamento, que quien llevaba una lámpara de aceite se colgara de un dedo
un pequeño recipiente de aceite por medio de un cordel. Así se podía volver a
cargar la lámpara en cualquier momento. Las vírgenes insensatas de la parábola
tuvieron un problema con el aceite. Ellas tenían aceite apenas para sus
lámparas. El recipiente para el aceite de reserva estaba vacío. Pero en el
momento decisivo, les faltó, y quedaron a oscuras, por lo cual, ellas no
pudieron salir al encuentro del esposo. Sabemos que esta parábola es para el
tiempo del fin. ¿Cuál es nuestra condición hoy?
También se empleaba el aceite en la
purificación de los leprosos, y para la sanidad de los enfermos. Isaías 1:6
dice: "Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana,
sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni
suavizadas con aceite". Con estas palabras, el profeta hace un diagnóstico
de la realidad de Israel en sus días. Ellos están llenos de heridas y llagas,
están totalmente enfermos. No ha habido aceite para curar las enfermedades de
su piel. ¡Qué desolador panorama!
En la iglesia de Dios, cuando el Espíritu no
puede obrar como aceite, las heridas abundan. El ungüento sanador no ha sido
derramado sobre las purulentas "heridas". La condición de la iglesia,
y aun su aspecto, parecen muy desmejorados. ¿Qué hacer? ¡Volvernos al Espíritu
y dejarle en libertad para que pueda curar las heridas, y vendarlas!
¡Se precisa gran cantidad de aceite para
curar las heridas del pueblo de Dios!