MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
18 de octubre
La lección del perdón
La lección sobre el perdón que han de tener
los cristianos entre sí ocupa un importante lugar en el capítulo 18 de Mateo, y
su enseñanza está extraordinariamente bien ilustrada en la parábola de los dos
deudores.
Aquí aparecen un rey, un siervo y un
consiervo. El siervo está endeudado con el rey, y el consiervo con el siervo.
El rey es el Señor y los siervos somos nosotros. El siervo tiene una deuda tan
grande, que es literalmente impagable. Él debe diez mil talentos. Lo que
equivale a unos 255.000 millones de pesos chilenos, o a unos 474 millones de
dólares americanos hoy día.
Para comprender mejor el monto de esta
cantidad grafiquemos un poco. Con 255.000 millones de pesos se podría comprar
8.500 casas de 30 millones cada una, o 42.500 vehículos de seis millones. Ahora
bien, si tuviésemos que pagar esa deuda a plazos, con cuotas de doscientos mil
pesos mensuales, tardaríamos 1.275.000 meses en pagar, es decir, 106.250 años -
unas 1.500 vidas. Si alguien dijera: "Yo tengo mucho dinero, yo quiero
pagar esa deuda mensualmente de por vida", (supongamos, setenta años),
debería pagar más de 300 millones mensuales.
Así, pues, de verdad el siervo no tenía con
qué pagar. Por eso, el Señor ordena venderle a él y a sus hijos y todo lo que
tenía para que se le pagase
Y eso es lo que el Señor nos ha perdonado a
nosotros. Así tan grande era la deuda que nosotros teníamos con Él. Nuestros
pecados eran tantos y tan horrendos, y nuestra separación con Dios era tan
abismante, que sólo la sangre del Señor Jesús pudo tender el puente que nos
llevó desde nuestra caída hasta la reconciliación con Dios. ¡Bendito es el
Señor Jesucristo! ¡Preciosísima es su sangre!
Pero, ¿cuánto debía el consiervo? Cien
denarios. Un denario es aproximadamente lo mismo que una dracma, o sea, unos
4.250 pesos chilenos, o unos 8 dólares. En total, la deuda ascendía a 425.000
pesos chilenos, o unos 800 dólares hoy día, poco más de una décima parte de un
vehículo de 6 millones (¿las ruedas tal vez?). Y es por esa cantidad
insignificante que el siervo estrangulaba a su consiervo, y aún más, lo echó en
la cárcel hasta que le pagase la deuda.
Parece
claro que hay una gran diferencia entre ambos casos. Así que podemos concluir
que siempre la deuda que un hermano tiene con nosotros es infinitamente menor
que la que nosotros teníamos con el Señor. No importa el tamaño del pecado, no
importa la ofensa que nuestro hermano nos haya infligido: todo lo que podamos
imaginar, por grave que sea, es menor que lo que el Señor nos perdonó, y de lo
cual nos limpió con su preciosa sangre. Por tanto, si fuimos
misericordiosamente perdonados, también debemos misericordiosamente perdonar.
¡Que el Señor nos ayude para no impedir el
perdón del Señor hacia nosotros!