MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
14 de octubre
Limpiándonos del espíritu de violencia
El mensaje del evangelio de Jesucristo es un
mensaje de salvación, de amor, y de paz. De la boca del Señor salieron palabras
que transformaron la forma de ver la vida y la eternidad.
Sin embargo, el espíritu del hombre alberga
el odio y la violencia, y no entiende fácilmente otro lenguaje. Por eso, el
Señor Jesús hubo de luchar contra este espíritu en el propio corazón de sus
discípulos reiterándoles su enseñanza, y esperándolos hasta que la aprendieran.
Dos de sus discípulos eran especialmente
violentos, Juan y Jacobo. No por nada el Señor les apellidó Boanerges,
que significa Hijos del trueno. La nota que ellos normalmente pulsaban era de
encono y violencia, no acordes con el espíritu de su Maestro. Sin embargo, el
Señor no los desechó por ello. Antes bien, él los escogió quizá, en parte, para
demostrar cómo él puede transformar hombres de esa clase.
El momento culminante de este proceso de
aprendizaje lo tuvieron ellos cuando subían a Jerusalén, en las proximidades de
Esta vez la violencia del corazón de ellos
se manifestó causa de una aldea samaritana que se negó a recibirlos. Los
discípulos habían sido enviados por el Señor a esa aldea para que les hiciesen
preparativos. Pero ellos no les recibieron, porque "su aspecto era como de
ir a Jerusalén" (Lc. 9:53). La excusa es para
nosotros un tanto extraña, pero tiene que ver con la odiosidad ancestral que
había entre judíos y samaritanos. "Viendo esto sus discípulos Jacobo y
Juan, dijeron: Señor ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como
hizo Elías, y los consuma?". Aquí tenemos a los hijos del trueno; su
modelo, el inspirador de sus palabras no era el Señor Jesús, sino Elías, el
austero profeta de Israel.
Tal como hizo Elías con los soldados de Ocozías, ellos quieren hacer con los samaritanos de aquella
aldea. Entonces el Señor les reprende: "Vosotros no sabéis de qué espíritu
sois". ¿De quién eran ellos discípulos, de Jesús o de Elías? ¿En qué lado
de la historia se encontraban, en el Antiguo o en el Nuevo Pacto? ¿Qué espíritu
aleteaba en ellos, el del Sinaí o el del Gólgota? ¿Eran ellos cual leones, o
cual corderos?
El Señor agrega: "Porque el Hijo del
Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.
Y se fueron a otra aldea". El principio que subyace esta negativa del
Señor es éste: salvar, no perder. Siempre es eso: salvación, no condenación.
Ellos habrían de tener muy claro en su corazón cuál sería el norte de su vida,
la inspiración de sus palabras.
¿Qué hacer con los que nos menosprecian?
¿Excomulgarlos? ¿Condenarlos? ¿Dejar caer sobre ellos las penas del infierno?
No, sino buscar su bien, salvarlos. Por lo demás, es en el menosprecio que
recibimos de los demás donde se prueban la humildad y la mansedumbre a que
hemos arribado.