MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
12 de octubre
Pan y agua
La respuesta de Dios a la necesidad del
hombre suele ser tan simple como el pan y el agua. Si la respuesta de Dios a
los problemas fundamentales del hombre hubiera sido subir a buscarla al cielo,
o bajar a recogerla al abismo, estarían lejos del alcance del común de los
hombres. Pero está tan cerca, es tan accesible, como el pan y el agua.
Y el pan y el agua nos sugieren las dos
necesidades básicas del hombre, la necesidad de alimento y de bebida. Toda la
creación nos muestra que Dios alimenta y sacia a sus criaturas. Ya Dios le
decía a Job, en tiempos lejanos: "¿Quién prepara al cuervo su alimento,
cuando sus polluelos claman a Dios, y andan errantes por falta de comida?"
(Job 38:41). Y cuando Israel es sacado de Egipto, al faltarle el pan y el agua
en el desierto, Dios le provee de ellos en forma milagrosa. El pan llueve del
cielo y el agua surge de la peña (Ex. 16 y 17). Dios, que cuida de sus
criaturas menores, no descuidaría sus criaturas mayores.
Todo esto hace Dios en su cuidado por sus
criaturas y por el hombre. Pero esto significa mucho más de lo que estamos
diciendo. La necesidad de pan y la necesidad de agua materiales –siendo
reales en sí mismas– representan una necesidad
mayor de toda alma humana: la necesidad de Dios. Es un clamor –sed, hambre– que surge desde el fondo del alma y que no
puede ser saciado, y por lo cual el hombre también suele "andar
errante".
¿Qué hace Dios para que esa necesidad sea
suplida? Envía a su amado Hijo Jesucristo, con la encomienda de que él –por
decirlo metafóricamente– se convierta en pan y
se convierta en agua. Por eso Jesús dijo, hablando con la mujer samaritana:
"Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber;
tú le pedirías, y él te daría agua viva" (Jn.
4:10). Y también: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en
mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Jn. 7:37-38). Esto decía del Espíritu Santo que aún no
había sido derramado.
En otra oportunidad, el Señor dijo: "No
os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del
cielo... Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre" (Jn. 6:32, 35). Aquí el Señor aclara que la dádiva de Moisés
no era la verdadera y definitiva.
En el desierto, Dios proveyó primeramente el
pan al pueblo de Israel, y luego el agua, dando a entender con esto que
primeramente era Cristo quien debería ser dado, y después el Espíritu Santo.
Porque el Espíritu fue enviado luego que el Señor fue exaltado a la diestra de
Dios. Pero cuando leemos el evangelio de Juan nos encontramos primero con el
agua y después con el pan. ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo concede el
honor al Espíritu Santo. Así tenemos que cuando Dios da testimonio en el
desierto, exalta a Jesús, y cuando Jesús da testimonio en el evangelio de Juan,
honra al Espíritu Santo. Así operan las cosas en la Deidad, cada uno dando la
primacía al otro.
Es maravillosa la forma cómo Dios ha hecho
para saciar la mayor necesidad del hombre. No la ha saciado con algo menos que
Sí mismo. Jesús es el Pan de Dios, y es quien da