MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
8 de octubre
Un doble milagro de amor
En los capítulos 7 y 8 de Marcos se
registran dos milagros que el Señor Jesús realizó, uno, en un sordomudo, y el
otro en un ciego. Ambos son exclusivos de Marcos, y presentan rasgos muy
similares.
En ambos, el Señor muestra maravillosamente
la delicadeza de su carácter, la consideración al hombre más necesitado, su
ternura. Tal vez sean estos dos milagros los que resumen mejor la maravillosa
visión de Jesús como el Siervo de Dios que nos da Marcos.
En ambos milagros, el Siervo utiliza métodos
bastante peculiares. Ambos los realiza de forma muy discreta. En ambos, utiliza
sus propias manos. En el caso del sordomudo, Jesús metió los dedos en las
orejas de él, escupió su dedo y tocó la lengua enferma (7:31-35). Con el ciego,
escupió en sus ojos y le puso las manos encima. Luego le vuelve a poner las
manos sobre los ojos (8:22-26). En ambos escupe, y pone la saliva sobre el
miembro enfermo. Sólo Juan registra un caso con semejante procedimiento
(9:6-7), pero ninguno de los otros evangelistas.
El Señor pudo haber sanado a ambos hombres
con la sola palabra, pero la atención personal a cada uno indica la
extraordinaria preocupación del Señor por el hombre, no importa cuál sea su
condición. En ambos milagros usa sus propias manos y su saliva. ¿Qué más íntimo
y cercano que eso? Él mismo se dio por ellos – el gemido con que ora por
el sordomudo así lo proclama.
En ambos casos el Siervo de Dios muestra la
más tierna consideración hacia los hombres llevándolos aparte de la multitud para
sanarlos. Personas como ellos son muy tímidos, y se habrían sentido turbados en
medio de una multitud tan curiosa. Durante todo el milagro, el Siervo actuó sin
hablar. William Barclay dice, referente a la sanidad
del sordomudo: "Todo el relato muestra que Jesús no consideró al hombre
meramente como un caso; lo consideró como un individuo".
La expresión final de Marcos 7: "Y en
gran manera se maravillaban, diciendo: Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos
oír, y a los mudos hablar" (v. 37), nos hace recordar la expresión usada
por Moisés en Génesis, referida a Dios, después de concluir la creación:
"Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran
manera" (1:31). Esto no es de extrañar, porque se trata del mismo Verbo de
Dios quien realizó aquella obra perfecta allí y aquí.
La sanidad del ciego de Betsaida
tiene otro rasgo notable: el gesto del Señor hacia el ciego. Dice Marcos que
tomándolo (al ciego) de la mano, lo llevó por toda la aldea y lo sacó fuera
para sanarlo. Jesús no sintió recelo en ser lazarillo de un pobre ciego
necesitado. Las calles de Jericó fueron testigos de esa escena inolvidable. El
Siervo de Dios, de la mano de una débil expresión de hombre. No les encargó a
otros que lo llevaran; lo hizo él mismo. El mismo Dios encarnado, solícito por
el hombre, camina de la mano con la fragilidad encarnada, uniendo los dos
extremos más distantes del universo. ¡Sencillamente maravilloso!
No hay amor más grande que el que se expresa
hacia el hombre en su miseria y desvalimiento. No hay amor mayor que el de
Cristo.