MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
3 de octubre
Desde más arriba
En los últimos meses, la NASA ha dado a
conocer al mundo fotografías recientes de la Tierra tomadas desde el espacio.
El avance tecnológico ha permitido reunir una base de datos de imágenes desde
satélite con más de 600.000 fotografías extraordinariamente nítidas de la
superficie terrestre, y con la más alta calidad que se haya hecho jamás.
Todo el planeta ha sido escaneado a una
resolución de
Es impresionante ver algunas imágenes, en
especial aquellas que muestran al globo terráqueo como flotando en el espacio.
De azul intenso, los océanos; los continentes en tonalidades amarillas, verdes
y ocres; los casquetes polares cubiertos de nieve. Realmente espectacular,
hermoso. Su contemplación nos hace evocar Génesis 1:31: "Y vio Dios todo
lo que había hecho y he aquí que era bueno en gran manera".
Desde la altura a la que ha podido alcanzar
el ser humano, aún se percibe la hermosura de la creación; sin embargo, quienes
vivimos hoy en la Tierra vemos cuál ha sido el resultado de la acción del
hombre sobre su entorno.
Pero hay otra visión desde un punto de vista
mucho más elevado –y paradójicamente, más profundo–
que escudriña al tercer planeta del sistema solar y a sus moradores. Es la
mirada de nuestro Dios, desde el lugar más alto del universo: su trono de
gloria.
Es seguro que el Señor se duele al
contemplar el estado actual de su creación, y muy en especial del hombre, a
quien creó para que señorease sobre Su obra. Sus ojos todo lo escudriñan,
incluso aquello que las imágenes satelitales nunca podrán revelar: el corazón
de cada ser humano.
Si bien el hombre seguirá afinando sus
instrumentos para registrar la apariencia externa del micro y macrocosmos, su
ciencia nunca podrá resolver el misterio acerca del alma humana, ni mejorar por
sí mismo su lamentable condición.
"Él señorea con su poder para siempre;
sus ojos atalayan sobre las naciones" (Salmo 66:7). Sólo a los ojos del
Señor aparece todo con absoluta claridad. Nada se oculta a su mirada. El Dios
Todopoderoso se humilla a observarnos desde las alturas, con una expresión
permanente e invariable de amor.
"Porque miró desde lo alto de su
santuario; el Señor miró desde los cielos a la tierra, para oír el gemido de
los presos, para soltar a los sentenciados a muerte" (Salmo 102:19-20).
En verdad, no sólo nos mira. Con ternura
inefable, nos hace oír su voz, invitándonos a reflejar su mirada de amor:
"Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy
Dios, y no hay más" (Is. 45:22).