MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
2 de octubre
Un nuevo morador
"Pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual
casa somos nosotros…" (Heb. 3:6).
La apariencia de una casa es la expresión de
quien mora en ella. Sus muebles, disposición, limpieza y arreglo, todo expresa
a su morador. Cuando estábamos en las pasiones de los pecados, expresábamos a
aquel que habitaba en nosotros: el pecado. "Porque no hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no
lo hago yo, sino el pecado que mora en mí" (Rom.
7:19-20). Nuestra casa mostraba toda nuestra miseria. "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rom. 7:24).
Nuestro cuerpo manifestaba en todo cuán
miserables éramos. Pero un día el Señor nos sacó de un charco de lodo, de un
poco de perdición, puso nuestros pies sobre una roca, nos lavó con agua limpia
(Ez. 36:25), y limpió
Ahora ya no soy yo quien vive más, sino
Cristo quien mora en mí. Esta casa está siendo ahora transformada, e irá cada
vez expresando más su carácter, su libertad, su voluntad, su santidad, su vida.
"Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí
hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un
espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor" (2ª Cor. 3:17-18).
Ahora esta casa tiene un nuevo Morador. No
estamos más en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
mora en nosotros (Rom. 8:9). Si Cristo vive en
nosotros, este nuevo morador va a transformar su morada, y, de hecho, ya
comenzó a expresar a través de ella su carácter. No estamos más en tinieblas.
Este nuevo Morador trajo luz a su casa, y un tesoro. "Porque Dios, que
mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en
la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro…"
(2ª Cor. 4:6-7).
Lo que tiene que quedar claro para nosotros,
es que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y que fue comprado por un
alto precio. Fue comprado para que fuera un lugar de gloria y no de pecado.
"¿O ignoráis que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está
en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios" (1ª Cor. 6:19-20).
Este cuerpo ahora ya no nos pertenece más,
es del Señor (1ª Cor. 6:13). El Señor es ahora, no un invitado, sino el nuevo
Morador. No un morador temporario, sino un morador eterno. "En quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu" (Ef. 2:22).