MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
31 de mayo
Tiempos de arrepentimiento
"Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a
su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido" (Ef. 5:33).
En el Nuevo Testamento vemos en todo la
figura de Cristo y
La primera es que entre Cristo y la iglesia
no hay intermediarios, sería adulterio. Jesús no puso a nadie para alimentar y
cuidar de su iglesia, porque él mismo es quien hace esto (Ef. 5:29). Él mismo
es quien cuida de su cuerpo, lo alimenta y lo edifica: "...sobre esta
piedra edificaré mi iglesia" (Mat. 16:18).
El único personaje que encontramos en la
Palabra en esta comunión entre Cristo y la iglesia es la figura del amigo. El
amigo sabe lo que Él hace, y se alegra: "El que tiene la esposa, es el
esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza
grandemente de la voz del esposo" (Juan 3:29).
La Iglesia, como nos enseña el Espíritu en
esos versos, debe ser sumisa a Cristo, debe reverenciarlo como su cabeza. Así
fue que Dios hizo en su reino: "Pero quiero que sepáis que Cristo es la
cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de
Cristo" (1ª Cor. 11:3).
Cristo ama su iglesia con toda su
intensidad, y dio prueba de ello entregándose por ella. Pero la iglesia,
nosotros los cristianos, ¿somos sumisos al Señor? ¿Lo tenemos como nuestra
cabeza? ¿Lo reverenciamos, lo honramos debidamente?
La sujeción debe ser voluntaria, de corazón,
no por imposición. El esposo jamás podrá exigir de la esposa la sujeción, sólo
amarla. Jesús jamás obligará a la iglesia a serle sumisa. No es por fuerza, ni
por violencia, sino por su Espíritu.
Él es manso y humilde de corazón. Su amor
por la iglesia lo hace paciente, sufridor y benigno. Todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. Él no quiere que la iglesia se adorne de oro o de ropas
costosas. Él ama que la verdad esté en lo íntimo, que la iglesia se adorne de
vestiduras espirituales, de sujeción, y que espere todo en él: "Vuestro
atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de
vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato
de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.
Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que
esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos" (1ª Ped.
3:3-5).
El Señor ya nos ama con toda
Creo que ya es tiempo de arrepentirnos, y
darle la honra debida.
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