MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
31 de mayo
Urim y Tumim
"Y pondrás en el pectoral del juicio Urim y Tumim..." (Éxodo
28.30).
Cada detalle acerca del tabernáculo y aun de
las vestiduras sacerdotales, nos revela a Cristo. Nunca podemos separar algo de
las Escrituras de la persona de Cristo; de lo contrario estaríamos entre los
falsos edificadores (Mat. 21:42).
El Padre quería ver en el tabernáculo a su
Hijo. Quería mirar al sumo sacerdote con sus vestiduras y ver a Aquél en quien
estaba toda su delicia. Ellos eran figuras y sombras de las cosas celestiales (Heb. 8:5).
Son muchos los detalles y revelaciones que
el Señor nos da por las vestiduras sacerdotales, pero esta vez queremos
destacar el Urim y el Tumim,
que eran dos piedras puestas en el "pectoral del juicio", utilizadas
para revelar la voluntad de Dios.
El pectoral del juicio era para equilibrar
las cosas de Dios delante de los hombres pecadores, para mostrar que Dios era
bondadoso, misericordioso y lleno de gracia, pero también justo. Que su bondad
no estaba desligada de su severidad. Y en el pectoral del juicio, sobre el
corazón del sacerdote, el Urim y el Tumim, que significan Luces y Perfección. Él entraba en el
Lugar Santísimo para hacer expiación por el pueblo, pero en su corazón anhelaba
Justicia y Verdad, Revelación y Santidad.
Esto trae la figura de algo muy bendito para
el pueblo de Dios hoy. Jesús, como sumo sacerdote, entró por nosotros en el
cielo mismo, pero antes fue sacrificado fuera de la puerta, como el Cordero de
Dios. Para que Él se volviese nuestra paz, antes tuvo que haber juicio. Sin
derramamiento de sangre no hay remisión de pecados; su corazón anhelaba
justicia, verdad y santidad: "Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús,
el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y
redención" (1ª Cor. 1:30).
El Señor no cambia, y mucho menos su
corazón. En su corazón están el Urim y el Tumim, esto es, las luces, la revelación, la verdad y la
perfección, la santidad para su pueblo (1ª Tes. 4:7-8). El pectoral del juicio
nos hace siempre recordar que gozamos de su gracia y de su misericordia, pero
nunca podemos olvidarnos de su justicia: "Mira, pues, la bondad y la
severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la
bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú
también serás cortado" (Rom. 11:22).
El Urim y el Tumim nos revelan que la voluntad de Dios es que este
pueblo comprado por su sangre y redimido aún sea purificado y santificado:
"...para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por
la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no
tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin
mancha" (Ef. 5:26-27); una iglesia que necesita aprender a discernir entre
el puro y el impuro, el santo y el profano (Ez.
44:23).
Como sacerdotes reales, nosotros también
debemos llevar el mismo Urim y Tumim
en nuestros corazones. No sólo como revelación para nosotros mismos, sino
también como necesidad para los pecadores y para el pueblo de Dios. Primero
-como era con los sumos sacerdotes- el sacrificio por sí mismo, y después por
todo el pueblo (Heb. 5:1-3).
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