MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
28 de mayo
Zarandeados
"Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que
tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él" (Job 1:12).
"Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para
zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte..."
(Luc. 22:31-32).
Estos dos pasajes, y sus respectivos
contextos nos ilustran de un hecho asombroso: Dios concede permiso a Satanás
para que zarandee a los siervos de Dios. Tanto Job como Pedro nos muestran, en
sus dolorosas experiencias, que esto es posible.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué fueron Job y
Pedro los elegidos para esto? ¿Es esta una experiencia común a los hijos de
Dios, o es sólo para algunos? ¿Cuál es el objetivo que persigue Satanás? ¿Cuál
es el objetivo que persigue Dios?
De lo ocurrido con Job y Pedro podemos
deducir algunas cosas importantes: Primero, que ambos se destacaban entre sus
iguales; eran personas con ascendiente sobre los demás. Ambos, además, tenían
un alto concepto de sí mismos. De hecho, ellos se consideraban mejores que
quienes les rodeaban.
El hecho de que se destacaran sobre los
demás llamó la atención de Satanás; la justicia de ellos era exhibida, pero no
era real. Este hecho hacía que no contara con la cobertura de Dios. Sólo lo que
Dios produce en el hombre es espiritual, y escapa del ataque del diablo. El
diablo se alimenta de polvo, es decir, de la carne, y donde hay obras de la
carne, por buena y sofisticada que aparezca, es el alimento que Dios dio a
Satanás – "Polvo comerás todos los días de tu vida" (Gén. 3:14).
Dios permitió este zarandeo porque era la
manera de que sus siervos se vieran libres de esa deformidad de su carácter, de
su vana pretensión de justicia propia. El zarandeo los habría de dejar limpios
de aquella fealdad.
Por
supuesto, Satanás no tiene objetivos nobles con los hijos de Dios. Él quería
destruirles; sin embargo, en ambos casos, Job y Pedro, fueron defendidos por
Dios. Dios prohibió a Satanás poner su mano sobre Job; en el caso de Pedro, el
Señor Jesús mismo rogó por él para que su fe no faltase.
Job debió cansar a Dios con su justicia
exhibida tan neciamente. (Recordemos que hay largos pasajes de sus discursos
dedicados exclusivamente a ponderar sus propias virtudes). Lo mismo Pedro,
quien interviene en reiteradas ocasiones hablando al Señor atrevidamente, como
si él fuese el mejor de los hombres. La gota que colmó el vaso fue cuando él
asegura que aunque los demás se escandalicen del Maestro, él nunca lo hará.
He aquí dos hombres que no podían ser sanados
de su necedad, de su presunción y de su vanidad de otra manera que no fuera por
el zarandeo del diablo. Por eso Dios lo permitió. Su extremo dolor, sus
lágrimas amargas, su profunda miseria, demostrada en ese trance, les sanó para
siempre. ¡Cuán hermosos en Dios llegaron a ser después de esto! Así, Satanás,
sin saberlo –y sin poderlo evitar– sirvió
al propósito de Dios; así también los amados de Dios llegaron a lucir como
nunca antes, no su propia justicia, sino la de Cristo.