MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
23 de mayo
Luchas espirituales
En las
Escrituras leemos muchas veces que el hombre es enemigo de Dios; pero no en
ningún pasaje de ellas se dice expresamente que Satanás es enemigo de Dios (Stgo. 4:4).
Sin embargo, las Escrituras dicen en muchos
lugares que Satanás es nuestro adversario, el enemigo de nuestras almas (1ª Pd. 5:8); un enemigo que con astucias y artimañas engaña y
tienta a los hombres desde el principio –como pasó con nuestros padres en
el jardín de Edén–, y lo hará hasta el final,
hasta aquel día cuando sea definitivamente arrojado en el lago de fuego,
preparado para él y para sus ángeles (Ap. 20.10; Mat. 25:41).
Ese enemigo es más poderoso que nosotros,
muchas veces lo vemos como un gigante, y no podemos vencerlo por nosotros
mismos, y mucho menos con nuestras armas carnales. Esas luchas son en los
lugares celestiales (Ef. 6:12).
Pero encontramos un propósito bendito de
Dios en esta lucha, y hasta podemos decir que Dios mismo es quien dejó esos
enemigos para ejercitarnos en la batalla: "Estas, pues, son las naciones
que dejó Jehová para probar con ellas a Israel, a todos aquellos que no habían
conocido todas la guerras de Canaán; solamente para que el linaje de los hijos
de Israel conociese la guerra, para que la enseñasen a los que antes no la
habían conocido" (Jue. 3:1-2).
A menudo atribuimos a Satanás aquello que
sembramos en
Las luchas espirituales tienen como
propósito el crecimiento espiritual. Como vimos en Jueces 3, son para
ejercitarnos en la guerra, para hacernos madurar espiritualmente y conocer a
nuestro Señor Jesucristo, el victorioso (Ap. 6.2), aquel que lleva escrito en
su vestidura y en su muslo: Rey de reyes y Señor de señores. ¡Aleluya!
Hemos aprendido del Señor que llegó el
tiempo en que dejemos de ser niños y nos tornemos jóvenes espirituales. El niño
conoce el Padre, pero el joven es fuerte y vence el maligno (1ª Jn. 2:14).
Muchas
veces pensamos que sólo con oraciones venceremos al maligno. Las oraciones son
para poner nuestra debilidad y nuestra esperanza en nuestro Dios delante de
nuestros enemigos, pero la victoria viene por la sangre del Cordero y por la
palabra de su testimonio (Ap. 12:11). Por la sangre preciosa que nos perdonó,
nos compró, nos justificó, y por la Palabra de Dios.
Las oraciones son para clamar a nuestro
Dios, el Señor de los ejércitos, que pelea por nosotros contra nuestros
enemigos para salvarnos (Dt. 20:4), pero la fortaleza
viene del Señor, y para esto nos preparó una armadura para que resistamos en el
día malo, y también entramos en la batalla (Ef. 6:10-18).
Esta lucha no es personal, porque esta
armadura no cabe en un miembro; es para la iglesia, para todo el Cuerpo. Lo que
es el pie, calza las sandalias; el brazo empuña el escudo; la mano, la espada;
los lomos, la coraza, y así sucesivamente.
La victoria tampoco es personal, sino de
todo el Cuerpo: "Y ellos le han vencido...". En todas esas cosas
somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó, y la alegría del
triunfo será eterna. ¡Bendito sea nuestro Señor!