MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
16 de mayo
Un antiguo mandamiento En su primera carta a la iglesia del Señor,
cuando Juan mencionaba el mandamiento antiguo, hablaba en tiempos de
decadencia, de la pérdida del primer amor –el amor al Señor–,
y en consecuencia del amor de los unos a los otros.
Toda
la ley y los profetas, dijo Jesús, se resumen en estos dos mandamientos:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es
semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:37-39).
Según la palabra del Señor, ¿quién es el que
ama a Dios? Él mismo responde diciendo: "El que tiene mis mandamientos, y
los guarda, ése es el que me ama ... El que me ama, mi
palabra guardará ... El que no me ama, no guarda mis palabras" (Juan
14:21, 23-24). ¿Y cuál es el mandamiento que el Señor nos dio desde el
principio? Que nos amemos unos a los otros. Amaos unos a otros como yo os he
amado, dijo Jesús (Juan 15:12).
¿Por qué el Señor nos dejó este mandamiento?
Porque él conocía a quién estaba amando y salvando; hombres de toda tribu,
lengua, pueblo y nación. Bárbaros, citas, esclavos, libres, judíos, griegos,
hombres y mujeres. ¿Cómo convivir y tener unidad con tantas diferencias de
razas y etnias? Era necesario el mandamiento.
El Señor nos enseña que no guardar sus
mandamientos es falta de amor a él, y la falta de amor a él es falta de
conocimiento de él: "Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a
Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor" (1ª Juan
4:7-8). No es posible conocer a Dios y no amarlo, y no es posible amarlo a él
sin amar a los que él ha engendrado. Una cosa es consecuencia de la otra.
Podemos constatar entonces que nosotros
–su pueblo– estamos pereciendo por falta
de conocimiento de Dios (Oseas 6:4). El abandono del primer amor empezó por la
desobediencia al mandamiento de amarnos los unos a los otros, y por
consiguiente el amar al Señor, y todo eso a causa de la falta de conocimiento
de Dios.
El débil juzgaba al fuerte, y el fuerte
despreciaba al débil. Unos decían que eran de Pablo, otros de Apolos y otros de Cefas. Ya no
recibían más a aquéllos que Cristo había recibido, y entonces vino la caída.
El arrepentimiento debe comenzar por el
primer amor; mas esto está relacionado con el conocimiento de Dios. Sin
conocimiento de Dios no hay revelación de nuestra miseria, podredumbre y
perdición; al contrario, sólo habrá soberbia. Es en el conocimiento de Dios en
la faz de Cristo que vemos nuestra miseria y vemos cuán misericordioso es
nuestro Dios. En su luz vemos nuestras tinieblas y cuánto Él nos amó; entonces
le amaremos de verdad.
Amándolo guardaremos su palabra, y guardando
su palabra amaremos a nuestros hermanos. Será fácil amar a un hermano, si
tenemos revelación clara de dónde el Padre nos sacó a todos nosotros –de
un charco de lodo, de un pozo de perdición– y
dónde nos puso en Cristo: en los lugares celestiales.
"Amaos los unos a los otros", es
un mandamiento de nuestro Señor, y para eso él derramó este amor en nuestros
corazones, por el Espíritu Santo que nos fue dado.