MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
10 de mayo
El Verbo fue hecho carne
"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios ... Y aquel Verbo fue hecho
carne" (Juan 1:1, 14).
La palabra 'Verbo' aquí en griego es
'Logos', y logos puede traducirse también como 'palabra'. Jesucristo es la
Palabra hecha carne. Lo que hasta ese momento era sólo celestial se tornó
también terrenal. Por eso él es llamado también Emanuel, que quiere decir
"Dios con nosotros".
La gran maravilla del evangelio es que Dios
haya tomado forma de hombre; que lo inefable se haya acercado a los hombres con
forma humana y con el lenguaje de los hombres.
La voluntad de Dios es que no sólo
Jesucristo sea la Palabra encarnada, sino también los que son de Jesús, los
hijos de Dios. Cuando el mensaje llega al hombre, toca primeramente su
espíritu, para vivificarlo, y para, desde ahí, comenzar su obra transformadora,
a través del alma y hasta el cuerpo. El mensaje del evangelio no es
fundamentalmente para la mente, sino para el corazón. Es para transformar a la
persona, no meramente para informarla.
"La Palabra fue hecha carne".
Esta maravillosa frase se cumplió perfectamente en el Señor Jesucristo. No sólo
lo que él dijo era la Palabra de Dios, sino lo que él era, demostraba que era
"Ahora conozco que tú eres varón de
Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca" (1 Reyes 17:24),
dijo la viuda de Sarepta a Elías, luego de que éste
hiciera revivir su hijo. Esta mujer no habría dicho esto si Elías hubiese
multiplicado la harina y el aceite, pero no hubiese podido resolver el problema
de la muerte del niño. Elías estaba viviendo plenamente la coherencia entre fe
y experiencia. Su nivel de crecimiento, de madurez como siervo de Dios le
permitía encarnar la palabra.
Se cuenta que C.H.
Spurgeon solía decir de Juan Bunyan,
el famoso autor de "El Peregrino", que no sólo era un profundo
conocedor de la Biblia, sino que la sangre que corría por sus venas era 'biblina'. Todo él era Biblia. Es tan diferente un hombre
que conoce teología o Biblia, a uno que come, respira, personifica e inspira la
fe que profesa. Puede ser un hombre sencillo, sin mayores conocimientos
humanos, puede no poseer aquello que la sociedad estima como 'culto', pero en
él la verdad de Dios ha dejado su sello. Puede no ser refinado, ni estar
amoldado a las costumbres y usos sociales, pero hay algo en él, casi
indefinible, que nos trae el aroma del cielo; una santidad sin esfuerzo, una
franqueza sin componendas, un amor verdadero.
Probablemente deberán pasar muchos días y
noches; deberán haber muchos dolores y lágrimas y
muchos "dolores de parto", con sucesivos actos de renuncia, de
arrepentimiento y juicio propio, antes que esta preciosa encarnación sea
posible en el próximo cristiano. Pero es preciso que el Verbo se haga carne
otra vez.