MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
8 de mayo
Moradores de Sion y no de
Sodoma
"He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu
hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad..." (Ez. 16:49).
Este texto de las Escrituras trae una gran
enseñanza para nosotros que somos padres. Queremos lo mejor para nuestros
hijos, por eso, nos encargamos de darles el mejor estudio, el mejor alimento, y
los suplimos de lo mejor que tiene el ocio en el mundo: video juegos,
computadoras, televisores, equipos de sonido, viajes, etc. Cuando llegan a
cierta edad, les gustan las fiestas, la música, se jactan en la libertad
vigilada, en la libertad con límites; pero, si así andamos, los estaremos
preparando para ser moradores de Sodoma.
En la ciudad de Sodoma, que fue destruida
por Dios a causa de su perversidad, existían tres cosas que el Señor destaca:
Soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad. Eran ricos, comían lo que
se les antojaba, tenían tiempo para hacer lo que quisiesen, y con eso su
soberbia crecía. La abundancia de todo lleva a cualquier hombre a la soberbia,
y la soberbia lo lleva a la extrema iniquidad: "Por tanto, la soberbia los
corona; se cubren de vestido de violencia. Los ojos se les saltan de gordura;
logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer
violencia; hablan con altanería" (Sal. 73:6-8).
Nuestro Padre es el dueño del oro y de la
plata; él podría hacer abundar para nosotros riquezas inmensurables (Hag. 2:8). También tiene el poder de estar siempre con sus
ojos atentos y librarnos de todo. Puede también suplirnos de tal manera que
tendríamos todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiésemos; pero no, él
nos dejó en la debilidad de nuestra carne, en este mundo lleno de placeres y
tentaciones, y bajo amenaza constate del maligno (1ª Ped.
5:8-9).
Somos afligidos, maltratados y perseguidos
(Mar. 13:13). Dios nos humilla y nos permite tener hambre (Deut.
8:3). Somos disciplinados por él (Heb. 12:6-8). Nos
acrisola, y como peces nos deja muchas veces caer en redes (Sal. 66:10-12).
Aunque somos hijos, el aprendizaje no es fruto de lo que recibimos, sino de lo
que sufrimos: "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue
oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció
aprendió la obediencia" (Heb. 5:7-8).
¿Quién ora a Dios para que nos envíe
disciplina, tribulaciones para que crezcamos en la fe, o persecuciones para que
nos afirmemos más en su gracia? Muchos desean lo que aparentemente parece ser
bueno, como los sodomitas, y así también sucede con nuestros hijos. Ellos no
desean ser corregidos, enseñados y disciplinados; sin embargo, les es
necesario, para librar sus almas del infierno (Prov. 23:12-15).
La amistad del mundo es enemistad contra
Dios (Stgo. 4:4). Vivimos tiempos angustiosos,
tiempos peligrosos, como dice la Palabra; por eso, es necesaria una mayor
atención. Tenemos que seguir el ejemplo de nuestro Padre celestial en el
cuidado con nuestros hijos. Es necesario disciplinarlos y corregirlos en
amonestación del Señor, para que no hagamos de ellos futuros ciudadanos de
Sodoma: "Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino
criadlos en disciplina y amonestación del Señor" (Ef. 6:4).