MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

7 de mayo

 

Cristo, misterio de Dios

 

"...dándonos a conocer el misterio de su voluntad ... de reunir todas las cosas en Cristo ... así las que están en los cielos, como las que están en la tierra" (Ef. 1:9-10).

 

   Como seguramente ustedes saben, la carta a los Efesios tiene como asunto principal el propósito eterno de Dios. En Efesios 1:9-10, está el resumen del propósito eterno de Dios, que es también el resumen de nuestra fe. Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad, aquello que estuvo escondido desde los siglos en Dios, el propósito por el cual creó todas las cosas.

   Dios quiere que su propósito sea también nuestro propósito, y por eso ha querido revelarlo. Y esto es algo que no debemos dar por descontado, es decir, no porque hablemos del propósito eterno de Dios, no porque usemos la expresión 'el propósito eterno de Dios', quiere decir que ese propósito está comprendido en nuestros corazones. Tiene que ser revelado por el Espíritu, y convertirse en el asunto que gobierna la totalidad de nuestras vidas.

   ¿Cuál es ese propósito, ese misterio, como lo llama Pablo? "Reunir todas las cosas en Cristo". Ahora, la palabra reunir no sólo significa juntar alrededor de Cristo todas las cosas, sino que tiene un sentido mucho más profundo. La palabra griega significa básicamente poner al Señor Jesucristo como cabeza, para que, bajo su autoridad, se reúnan todas las cosas; significa hacerlo a él el centro de todo; que todas las cosas converjan hacia él, y encuentren su razón, su finalidad, en él. En suma, que Cristo sea todo y en todos.

   El bendito propósito del Padre es revelarse él mismo en plenitud a través de su Hijo, revelarlo como la suprema manifestación de su voluntad y de su propósito eterno, concentrarlo todo en él, para que todo honre al Hijo, para que todo lo creado ame a su Hijo y lo tenga por centro y cabeza, por fundamento y finalidad. Que Cristo sea todo y en todos, que todo se reúna en él y se consume en él. Dios, ha querido reunir, resumir y recapitular todo –lo que está en los cielos, lo que está en la tierra y aun lo que está debajo de la tierra– en su Hijo Jesucristo. ¡Bendito sea su nombre!

   El misterio de la voluntad de Dios, permaneció escondido hasta el tiempo en que el Señor Jesucristo vino y se encarnó. Porque el hombre había caído, y Dios ya no podía tener tratos con él, y no podía revelarle su propósito. Pero el Padre ya había previsto esa situación –la caída del hombre– y, en la plenitud del tiempo, envió a su Hijo.

   El Verbo fue hecho carne, y vino al mundo, y el secreto de Dios, que no había sido revelado en los cielos, se empezó a desplegar en la tierra. Ese día, los cielos se abrieron, y aun los ángeles del cielo contemplaron lo que nunca habían visto en los cielos: al propósito eterno de la voluntad de Dios, manifestado en el Hijo encarnado.

   Cuando los ángeles vieron al Verbo encarnado, ellos mismos recién empezaron a entender también por qué ellos fueron creados. ¡Dios creó todo para Jesucristo, aun a los ángeles! ¡Aleluya! Todo fue creado para ser entregado al Hijo en la plenitud de los tiempos. ¡Bendito es nuestro Señor!