MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
24 de marzo
Bondad y benevolencia
"Si Dios
fuera bueno, desearía hacer a sus criaturas perfectamente felices, y si Dios
fuera todopoderoso, sería capaz de hacer lo que desea. Pero las criaturas no
son felices. Por tanto, Dios carece de bondad, de poder, o de ambos".
Así enuncia el problema del dolor el autor
inglés C. S. Lewis en su libro El problema del dolor. Acto seguido él aclara
que la posibilidad de resolver este problema depende de demostrar que los
términos "bueno" y "todopoderoso" admiten más de una definición,
y que las mejores definiciones no son necesariamente las más comunes.
Si nuestro concepto de bondad excluye el
sufrimiento, sin duda que para Dios lo incluye. Esto hace una diferencia
importante que amerita una aclaración.
Esto no significa que la bondad según Dios
es antagónica de
Hoy en día, cuando hablamos de la bondad de
Dios, estamos pensando casi exclusivamente en su amarnos; y en esto puede que
tengamos razón. Y por amor, en este contexto, la mayoría de nosotros entiende
benevolencia: el deseo de ver felices a los demás; no felices de esta o esa
manera, sino simplemente felices. Pero un Dios que quisiera sólo vernos
contentos no sería un Padre celestial, sino un abuelo; su benevolencia sería la
benevolencia del anciano que sólo quiere ver a los jóvenes divirtiéndose, como
si al final del día lo único que interesara fuera que todos lo hayan pasado
bien.
Todo ser humano, en lo profundo de su
corazón, desearía que así fuesen las cosas. Pero dado que no es así, y que
entendemos que Dios es amor, debemos cambiar nuestro concepto de amor. De
hecho, el amor de Dios no es la clase de benignidad así descrita.
Hay benevolencia en el amor, pero amor y
benevolencia no son sinónimos. En la benevolencia hay una cierta indiferencia
fundamental hacia su objeto, e inconcluso algo semejante al desdén. La
benevolencia puede llegar incluso a querer la eliminación del objeto que ama,
con tal que no sufra. Como dice Lewis: "Sólo para la gente que no nos
importa nada exigimos felicidad bajo cualquier condición; (pero) con nuestros
amigos, nuestros amantes, nuestros hijos, somos exigentes y preferiríamos
verlos sufrir mucho antes que felices de maneras despreciables o
enajenantes".
El amor de Dios es mucho más que
benevolencia; su amor nunca nos ha tratado con indiferencia ni con desdén, sino
de manera profunda y trágica. Por aquí comienza el camino para entender el
problema del dolor, como siendo permitido por un Dios bueno.