MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
23 de marzo
El amor de Dios
¿Cómo es el amor de Dios por el hombre?
Según C. S. Lewis, describirlo es imposible; sólo a través de algunas analogías
podemos extraer alguna noción de este amor.
La más elemental de todas es la del amor de
un artista por su artefacto, como en la visión de Jeremías del alfarero y
Otra metáfora es el amor de un hombre por su
animal, según el símil de las Escrituras que muestra a Dios como el pastor y a
los hombres como sus ovejas. El hombre invierte tiempo en la domesticación del
animal para hacerlo más querido que en su estado salvaje. El animal sufre al
ser domesticado, pero una vez que el proceso ha terminado, el fin es
infinitamente mejor que el principio. Finalmente, el amo se complace en el
animal domesticado, pues lo ha hecho merecedor de su amor.
Una analogía más noble es la del amor del
padre por su hijo. Esta analogía, representada perfectamente en el Padre y su
Hijo Jesucristo, significa esencialmente amor autoritario, por un lado, y amor
obediente, por el otro. El Padre utiliza su autoridad para hacer del Hijo la
clase de ser humano que él quiere que sea.
Por último, llegamos a una analogía llena de
riesgos, pero que es la más útil: el amor de un hombre por una mujer. En Las
Escrituras se trata de Israel, a quien su Amante encontró abandonada a la
orilla del camino; y es también la Iglesia, a quien el Señor ama tanto, que no
tolera en ella ni mancha ni arruga.
Esta analogía subraya que el amor, por su
propia naturaleza, exige el perfeccionamiento del ser amado; que la mera
benevolencia que aguanta cualquier cosa, excepto su sufrimiento, es el polo
opuesto al amor. Cuando nos enamoramos de una mujer, ¿deja de importarnos que
sea limpia o sucia, pura o corrupta? ¿No ocurre más bien que es en ese momento
que empieza a importarnos?
Cuando el cristianismo afirma que Dios ama
al hombre, quiere decir que Dios ama al hombre: no que tiene un cierto interés
"despreocupado" por su bienestar, sino que en verdad somos los
objetos de su amor. El Amor que hizo los mundos es persistente como el amor del
artista por su obra, y despótico como el amor de un hombre por su animal
predilecto; previsor y venerable como el amor de un padre por su hijo; celoso,
inexorable, demandante, como el amor entre los sexos.
Supera a la razón poder explicar por qué
criaturas como nosotros podrían tener un valor tan prodigioso a los ojos de su
Creador. Es, indudablemente, un peso de gloria que excede nuestros méritos. Ver
esto, nos ayudará a entender el problema del dolor en los cristianos.