MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
22 de marzo
El hombre no es el centro
Según C. S. Lewis, en su libro El problema
del dolor, para entender el amor de Dios en su justa medida debemos aceptar que
el hombre no es el centro de todas las cosas. Dios no existe para el hombre.
Tampoco el hombre existe para sí mismo. Debemos cambiar nuestro foco de
atención del hombre a Dios.
Fuimos hechos, fundamentalmente, no para que
podamos amar a Dios –y así encontrar nuestro deleite–,
sino para que Dios pueda complacerse en nosotros. ¿Cómo puede él complacerse en
nosotros, criaturas tan defectuosas? Pedir que el amor de Dios se contente con
nosotros tal como somos, es pedir que Dios cese de ser Dios. Seguramente su
amor debe verse frenado por ciertas tachas de nuestro carácter. Sí, es verdad,
él nos amó siendo enemigos, y por tanto, indignos de su amor. Pero para la
consumación de ese amor, para el pleno deleite, hemos de ser transformados.
Nosotros no podemos desear (menos exigir)
que él se avenga a nuestras impurezas actuales, como tampoco un perro domesticado
(si pudiera razonar) podría desear que, habiendo aprendido a amar al hombre,
éste tolerara en su casa los ladridos, garrapatas y suciedad que llevaba en su
tiempo de salvaje. Sólo seremos plenamente felices cuando seamos de tal forma
que Dios pueda amarnos sin recelo.
¿Es, entonces, el amor de Dios, egoísta o
posesivo, ya que busca más la complacencia del amante que la felicidad del ser
amado? Entre los hombres, un amante egoísta es aquel que satisface sus propias
necesidades a costa de las necesidades del ser amado. Pero Dios no tiene
necesidades. Como Dios, él no necesita del hombre. El amor de Dios no se
origina en las bondades del hombre, sino en Dios mismo, primero, amándolo hasta
darle existencia, y luego hasta hacerlo digno de ser amado. Dios es bondad.
Puede dar el bien, pero no necesitarlo u obtenerlo.
El amor de Dios es esencialmente
desinteresado, tiene todo para dar y nada que recibir. Ahora bien, si él dice
necesitarnos, esa necesidad es algo que él ha elegido voluntariamente, y con lo
cual demuestra una humildad que sobrepasa todo entendimiento. Si Dios, que no
carece de nada, elige necesitarnos, lo hace simplemente por amor a nosotros.
Así, concluimos que no hay egoísmo en el amor de Dios.
En su amor, Dios asigna a cada hombre un lugar
en sus planes. Cuando el hombre encuentra ese lugar, alcanza
Pero aún más, el llamado para nosotros no es
sólo conocerlo, sino participar de su naturaleza, "vestirnos de
Cristo". Dios se propone darnos lo que necesitamos, no lo que creemos
necesitar, con miras a este fin. Esto demuestra que el amor de Dios es un amor
maduro, y abundante.