MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
21 de marzo
La maldad humana
Siguiendo el razonamiento de C. S. Lewis, en
su libro El problema del dolor, entendemos que el amor puede causar dolor a su
objeto –es decir a la persona amada–,
pero sólo en el supuesto de que ese objeto necesite algún cambio para hacerse
plenamente digno de ser amado.
Ahora bien, ¿por qué los hombres necesitamos
cambiar tanto? La respuesta cristiana es tan conocida que casi no necesita
decirse: el hombre es esencialmente pecador. Pero hacer realmente viva esta
verdad en la mente del hombre actual es muy difícil. ¿Por qué?
Hay dos causas principales. La primera: en
los últimos cien años hemos estado casi exclusivamente concentrados en la
benevolencia o misericordia, y nos parece que nosotros somos esencialmente
'humanitarios'. La segunda, es el efecto del psicoanálisis, que ha dicho que el
sentimiento de vergüenza es peligroso y dañino. Se ha sostenido que no debemos
avergonzarnos de cosas tales como la falta de castidad, la falsedad y la
envidia, y así hemos caído en la desvergüenza.
Por eso, es esencial para el cristianismo
recuperar el viejo sentido del pecado. Cristo da por sentado que los hombres
son malos. Mientras no sintamos que esto es verdadero, no entenderemos sus
enseñanzas. Cuando alguien intenta hacerse cristiano sin esta conciencia previa
del pecado, es casi seguro que el resultado será un cierto resentimiento contra
Dios como alguien que siempre está inexplicablemente enojado.
En el instante en que un hombre siente
verdadera culpa, puede aquilatar su vergonzosa condición delante de los
hombres, y mayormente delante de Dios. Cuando nos limitamos a decir que somos
malos, la "ira" de Dios parece una doctrina feroz; pero apenas
percibimos nuestra maldad, esa ira aparece como inevitable – incluso como
un corolario de la bondad de Dios.
Nuestra endémica maldad se manifiesta de
muchas maneras: pensando que, puesto que exteriormente parecemos decentes, por
dentro también lo somos, y que en ningún caso somos menos que los demás; que
somos parte de un sistema social injusto, y que compartimos culpas colectivas,
descuidando así nuestra corrupción individual; que el solo paso del tiempo
borra los pecados; que, puesto que todos los hombres son malos, mi maldad
particular debe ser muy excusable; que el cristianismo se ha reducido demasiado
a un asunto de moral; que no somos responsables de nuestra maldad, puesto que
es un legado inevitable de nuestros antepasados, o es un resultado de nuestra
finitud.
Es preciso que veamos que nosotros somos
criaturas cuyo carácter debe ser, en ciertos sentidos, un horror para Dios, tal
como lo es, cuando en verdad lo vemos, un horror para nosotros mismos. Mientras
más santa es una persona, más plenamente consciente está de ese hecho. Cuando
los santos dicen que ellos son viles debemos creerlo: ellos están registrando
una verdad con precisión científica.
Así, pues, el carácter del hombre,
evidentemente, necesita ser cambiado. ¿Cómo podrá serlo? Es aquí donde
comenzamos a explicarnos el dolor.