MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
19 de marzo
El precio que hay que pagar
Seguir al Señor siempre ha exigido pagar un
precio. El apóstol Pedro dice que él nos dejó ejemplo para que sigamos sus
pisadas. Y sus pisadas fueron de incomprensión, de cruz, de hostilidad. Así, de
la misma manera ocurre en el camino de la fe del creyente.
Un estado de cosas muy cómodo para el hombre
de pronto se rompe, y surgen dos opciones: hacer la voluntad de la carne y la
sangre, o hacer la voluntad de Dios. Lo primero es cómodo, pero no es fácil.
Cuando un destello de la verdad de Dios se ha asentado en el corazón nos fuerza
a seguir al Señor, no nos deja tranquilos.
Sí; algo se rompe y queda atrás para
siempre. Al principio, cuesta dejarlo, porque allí está una gran parte de
nuestra historia, a veces con capítulos muy buenos. Sin embargo, eso también
tiene que morir, para dar paso a una nueva vida. Lo que se rompe no sólo nos
afecta a nosotros, sino también a los que nos rodean, al círculo íntimo de
quienes sueñan lo mismo. Entonces surgen nuevos horizontes, pero también
dolores.
Cada nuevo principio es incierto; las dudas
arrecian; los argumentos van y vienen por nuestra cabeza, hasta hacer que nos
duela. Y luego viene la paz que sólo Dios puede dar, y las convicciones se
afirman. ¡Qué de tormentas y de remansos vivimos!
En los momentos difíciles nos hace bien
mirar a quienes nos antecedieron, sea en la Biblia o en la historia posterior.
Muchos pagaron un precio más alto que nosotros; y no desmayaron. Se sostuvieron
"como viendo al Invisible". Si padecemos algo por Cristo, somos
bienaventurados, porque participaremos de la gloria venidera.
Siempre las cosas se vuelven añejas y
gastadas en las manos de los hombres, aunque sean las mejores cosas. Sólo Dios
puede –si lo seguimos– mantenernos en un
camino siempre nuevo, que no se marchita. Puede ser que ayer –cinco, diez
años atrás– vimos una visión de Dios,
disfrutamos de la gloria de Dios, pero hoy esa gloria no está. En su lugar hay
sólo esquemas, formas, tradiciones. Está todo lo que rodea a la gloria
–el cauce que ella deja– pero la gloria
misma no está.
Por eso hay necesidad de que Dios nos
renueve permanentemente. Que nos muestre paso a paso el camino. Que nos saque
de nuestra comodidad. Necesitamos revisar a la luz de Dios lo que estamos
diciendo y viviendo, para que no se nos transforme en un remedo de gloria.
Y eso significa pagar un precio. Puede ser
tan cómodo para todos seguir tal cual estamos, pensando que ayer nos bendijo
Dios haciendo esto mismo. Pero, ¡cuidado! Tal vez era esto mismo, pero entonces
tenía espíritu, en cambio ahora no. En aquel tiempo temblábamos delante de
Dios, vivíamos en continua dependencia, y ahora no.
Las cosas del Espíritu no se establecen ni
se conservan por decreto o por reglamentos. Las cosas del Espíritu están más
allá de la carne y