MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
15 de marzo
Juan, el Precursor
Juan el Bautista es el precursor del Señor
Jesucristo. Al observar su conducta, podemos obtener algunas claves de por qué
fue elegido para labor tan importante, y cuál fue su conducta como fiel
servidor de Dios.
En el capítulo 1 del Evangelio de Juan
encontramos las palabras de Juan, y de entre ellas queremos destacar una frase
que él dice tres veces: "Este es de quien yo decía: El que viene después
de mí, es antes de mí; porque era primero que yo" (1:15). "Este es el
que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de
desatar la correa del calzado" (1:27). "Este es aquel de quien yo
dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero
que yo" (1:30).
En las tres frases, Juan repite la expresión
"que es antes de mí" refiriéndose al Señor Jesucristo. Cuando algo en
la Biblia se repite tres veces significa que es algo muy firme e importante.
¿Por qué esta reiteración en este caso particular?
Juan tiene muy claro –y así lo desea dejar
de manifiesto– que entre él y el Señor
Jesucristo había un mundo de diferencia; que aunque Juan venía primero, no era
el primero. Antes bien, Juan no se sentía digno de desatar la correa de su
calzado. Por eso, cuando le preguntan los sacerdotes si él era el Cristo, dijo
claramente: "Yo no soy el Cristo". En otro lugar de este mismo
evangelio, Juan el Bautista reitera la gran diferencia entre él, como
precursor, y el Cristo: "El que de arriba viene, es sobre todos; el que es
de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es
sobre todos" (3:31). Aun siendo Juan el más grande hombre nacido de mujer,
él sabía la diferencia abismal que hay entre la criatura y el Creador.
Juan era pariente del Señor en cuanto a la
carne, lo cual podría haberle hecho presumir de alguna manera; sin embargo, él
dice: "Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por
esto vine yo bautizando con agua". ¿No le conocía? Como pariente
probablemente sí; pero Juan sabía que eso no bastaba. El único que podía dar
testimonio fehaciente acerca del Cristo era Dios mismo.
Esta es una lección muy grande para
nosotros. ¡Cuántas veces hemos presumido de ser alguien, siendo nosotros
indeciblemente menores que Juan! Si él, siendo pariente, no confía en sus
percepciones espirituales para decir que lo conoce espiritualmente, ¿cuánto
menos nosotros? Si él no se sentía digno de desatar la correa de su calzado,
¿qué queda para nosotros?
Después que Juan pasó, después que hubo
cumplido su ministerio, quedó detrás de sí un fruto irrefutable, pues muchos
vinieron al Señor, diciendo: "Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero
todo lo que Juan dijo de éste, era verdad" (Jn.
10:41). Juan no fue un hacedor de milagros; no fue un profeta espectacular como
otros que hicieron muchas señales y portentos. Juan tenía sólo una misión:
Hablar la verdad acerca de quién era Jesús. Y en eso fue fiel; disminuyendo y
menguando él mismo cada vez, para que su Señor fuera exaltado.
¡Maravillosa y rara cosa es ésta, especialmente
en nuestros días!