MEDITACIÓN CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO

 

13 de marzo

 

Llanto amargo

 

   La negación de Pedro pasa por tres etapas, y en cada una de ellas la tragedia del discípulo es mayor. En la primera, Pedro niega al Señor delante de todos (Mt. 26:70); en la segunda, niega "otra vez con juramento" (v. 72); en la tercera, "comenzó a maldecir y a jurar" (v. 74). Todo esto forma parte de la misma escena, pero tiene tres peldaños en su caída. Finalmente, cuando se hace la luz en el corazón de Pedro, cuando se acuerda de las palabras del Señor, "saliendo fuera, lloró amargamente" (v. 75).

   Este "llanto amargo" es probablemente la experiencia más dramática de Pedro – aunque vivió muchas otras que también podrían recibir ese calificativo. Pedro tuvo que probar el llanto amargo para conocer la verdadera dimensión de su bajeza. Tuvo que probar el llanto amargo para ser limpiado, por esas lágrimas, de toda forma de justicia propia.

   No fue Pedro el único que prometió al Señor fidelidad hasta el fin; también hicieron lo mismo los otros discípulos (Mt. 26:35). Sin embargo, no se dice de ellos que hayan llegado hasta las lágrimas amargas. Al parecer, ellos no cayeron tan bajo. Sin embargo, a veces es preciso caer así para poder levantarse, y ser el predicador en un nuevo Pentecostés.

   No pretendemos hacer una alabanza de las caídas, pero sí decimos que a veces es preciso llegar tan lejos, por causa de la bajeza del vaso, para vaciarse de todo orgullo y presunción. A veces es preciso que los David se ensañen con los Urías, y los Abraham se hagan necios frente a los Abimelec, para que la gracia de Dios brille sin la vana ayuda de la justicia humana.

   ¿Ha probado usted el llanto amargo? ¿O es usted de aquellos que no han caído nunca, que pueden exhibir una hoja de vida intachable? Tal vez usted nunca haya llorado lágrimas amargas. No sé si decir que es por eso usted bienaventurado – porque siendo usted prudente y humilde, nunca necesitó Dios soltarlo hasta ese extremo; o si es desdichado – porque nunca podrá conocer la verdadera hondura de su miseria. Lo que sí sé es que muchos otros Pedros ha habido, que estuvieron en otros funestos patios con los criados y también en otros Pentecostés.

   ¡Maravillosa gracia de Dios, fuente inmarcesible de recursos de bondad para el hombre inútil y desprovisto! ¡Maravillosa gracia, inmerecida, fuente divina que fluye a raudales para el hombre débil e incapaz de agradar a Dios! Si no viésemos a Pedro en Pentecostés –y luego en los siguientes capítulos del libro de los Hechos– remontarse a las mayores alturas espirituales, aquellas lágrimas amargas serían lágrimas inútiles, lágrimas de frustración, de miseria, de desencanto, de derrota definitiva e irremontable. ¡Pero he aquí que lo vemos en las alturas del gozo, en el poder del Espíritu, en el servicio fecundo, en la llenura, en la danza de las espigas llenas!

   ¡Cuántas veces tendrá que seguir viniendo el llanto amargo a la garganta de los siervos de Dios! ¡Cuántas veces la oscura noche, sin esperanza, vendrá, sin un asidero en el cual el pie pueda afirmarse! En aquel momento se sentirán caer más y más profundo, hasta el Seol mismo. Pero, bendita gracias de Dios, porque vendrá otro día, otra luz, y el rostro del Maestro sonreirá de nuevo.