MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
11 de marzo
Dos revelaciones
Cuando el Señor llevó a los discípulos a Cesarea de Filipo, el Padre reveló a Cristo en el corazón
de Pedro. Esta revelación muestra dos facetas del Señor Jesús; una dice
relación con lo que él es, y la otra con lo que él ha hecho. Una tiene que ver
con su naturaleza y la otra con su persona. Pedro dijo: "Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente".
En toda la Escritura no hay revelación mayor
que ésta, pues es la que el Padre mismo hace de su Hijo. Mencionar cualquier
otro título o rasgo de Jesús no toca el punto central. Aquí tenemos la
sustancia de lo que Jesús es e hizo.
Ahora bien, de todos los escritores neotestamentarios, es Juan el apóstol, quien retoma con más
fuerza esta doble revelación tanto en su evangelio como en la Primera de sus
Epístolas. Tal parece que cuando él escribió, en las postrimerías del primer
siglo, se había descuidado el fundamento de la fe, y era preciso que él lo
restaurara. Por eso, tal como él mismo lo dice, el Evangelio lo escribió para
que todos creyesen que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que
creyendo, tuviéramos vida en su nombre (20:31).
Si miramos con más atención, el evangelio
está impregnado de esta revelación. De hecho, todos los estudiosos coinciden en
que Juan muestra al Señor Jesús como el Hijo de Dios. En el primer capítulo ya
tenemos esta doble revelación anunciada, por Andrés, en lo referente a su
condición de el Cristo (1:41), y por Natanael, en lo
referente a su condición de Hijo de Dios (1:49).
En el Evangelio de Juan encontramos dos
episodios –los únicos en los cuatro evangelios–
en los que él se revela a sí mismo a los hombres. En uno de ellos se revela
como el Cristo, y en el otro como el Hijo de Dios. ¿Coincidencia? Creemos que
nada en la Biblia es accidental o azaroso.
En la sorprendente conversación del Señor
con la mujer samaritana, llega un punto en que la mujer dice: "Sé que ha
de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las
cosas". A lo cual Jesús replica: "Yo soy, el que habla contigo"
(4:25-26).
Poco después, en el episodio de la sanidad
del ciego de nacimiento, cuando éste fue expulsado de la sinagoga, el Señor le
busca, y hallándole, le dice: "¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él
y le dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has
visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró"
(Jn. 9:35-38).
He aquí una cosa asombrosa. La doble
revelación maravillosa de Jesús es concedida a dos personas consideradas
socialmente bajas y viles: una mujer de vida licenciosa, y un hombre ciego de
nacimiento. Nunca antes ni después el Señor se mostró así a los hombres. Nunca
antes ni después concedió esta maravillosa doble revelación a hombre o mujer
alguna hablando de sí mismo.
Se cumple así la Escritura que dice:
"Lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios…" (1ª Cor.
1:28), y "¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean
ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?" (Stgo. 2:5). ¿Es usted uno de estos bienaventurados?