MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
9 de marzo
La mujer samaritana
La conversación del Señor Jesús con la mujer
samaritana revela aspectos inéditos de la sabiduría de Dios. Ninguno de los
otros encuentros del Señor con otros diversos personajes nos permite obtener
lecciones tan profundas acerca del alma humana y de la gracia de Dios.
Una mujer, y más encima samaritana. Dos
características que hacían de ese ser casi algo, más que alguien – dados los prejuicios de
Ella cargaba sobre sí un largo historial de
afectos y desafectos, de encuentros y desencuentros. Debió de ser una mujer
atractiva, siempre acompañada con personas del sexo opuesto. Cinco maridos
había tenido y el que ahora tenía no era su marido. Su vanidad femenina debió
de sentirse halagada cada vez que un nuevo pretendiente llegaba a su puerta, y
buscaba su amistad. Ella era una mujer que bien podía ser envidiada
secretamente por las demás. En el fondo de ser su ser, ella llevaba, sin
embargo, un drama. Había intentado por todos los medios obtener la felicidad;
sin embargo, no
No se encontró con quienes no quería
encontrarse, pero se encontró con quien nunca esperó. Ellas no sabía qué le
esperaba ese día, y que lo haría totalmente distinto a otros. Por su parte, que
sí sabía con quién se encontraría, y que pudo haberlo evitado si quisiese, no
evitó encontrarse con una persona de una moral tan controvertible.
Él, Emanuel, Dios con nosotros, el dueño de
todos los mundos, le pide agua a ella. Ella, una mujer desdichada, tiene la
oportunidad de darle, en su pobreza, algo a Dios mismo. Junto al pozo de Jacob,
se unen los dos extremos del universo de una forma extraña; él, el Dador por
excelencia, pide agua; ella, la pobreza personificada, le da a él lo que le
pide.
Pero ¿qué es lo que pide Dios del hombre?
¿Es el agua, si él es el Creador de ella? No, ciertamente. Él le pide al hombre
aquello que no sacia sino momentáneamente para darle lo que lo saciará
definitivamente. Es un trueque de aguas, lo transitorio por lo eterno. Cuando
Dios pide algo al hombre, es para devolverle multiplicado. Es un trueque que se
inicia en Dios pero que concluye siempre con el hombre satisfecho, pleno en
Dios. Cuando Dios pide algo, es solamente la excusa para dar de vuelta.
Si Nicodemo nos muestra la inutilidad del
vano conocimiento natural en las cosas de Dios, esta mujer nos muestra la
vaciedad que producen en el alma los afectos y placeres de
Dos caracteres tan representativos de usted
y de mí, de toda la raza humana.