MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
26 de junio
Dos clases de personas
Hay muchas formas de clasificar a las
personas en el mundo. Y cada una de ellas tiene, sin duda, una explicación y
alguna utilidad. Por ejemplo, está la clasificación entre hombres y mujeres;
entre ricos y pobres, entre letrados e iletrados. Hay sociedades separadas en
castas, tan opuestas unas a otras, que nadie osaría trasponer los límites.
Cada una de las ciencias clasifica al hombre
y a los grupos humanos en categorías diversas a fin de estudiarlas. Desde el
punto de vista religioso, podemos clasificar a la humanidad según las grandes
religiones, y así hablaremos de millones de ésta, y millones de aquella
religión. Cada una de ellas diría, "nosotros vs. los
demás".
Es la amplia variedad humana. Sin embargo,
es preciso que sepamos que, independientemente de la condición humana, para
Dios existen sólo dos clases de personas. Sin importar en absoluto la
diferenciación humana, y la validez que el hombre le conceda a ella, Dios ve
las cosas de modo diferente. Hay sólo dos grandes grupos humanos.
La Biblia dice: "El que tiene al Hijo,
tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida" (1ª Jn. 5:12). La diferencia aquí está establecida por
Aquí se trata de otra cosa mucho más
profunda: de vida y muerte espiritual. En tal caso, no se trata de respirar o
no, sino de tener al Hijo de Dios o no tenerlo. Esto significa que los que
tienen esta vida, aunque estén muertos, no están muertos para Dios. Y esto
significa también que los que están vivos, si no tienen al Hijo de Dios, están
muertos para Dios. Como se puede ver, el grupo de los vivos (para Dios) abarca
a vivos y muertos (biológicamente); en tanto que el de los muertos (para Dios)
abarca también a vivos y muertos (biológicamente).
Hay, pues, una hermandad muy fuerte entre
los que tienen la vida de Dios, es decir, al Hijo de Dios, sea que estén vivos
o estén muertos. Es una hermandad que trasciende el tiempo y el espacio. En
cambio, existe una separación muy fuerte entre los que tienen la vida de Dios y
los que no la tienen, aunque en la práctica estén viviendo bajo un mismo techo.
Puede haber lazos de sangre (padre-hijo; madre-hija, etc.), que no son tan
fuertes como aquéllos. Su valor es temporal y pasajero.
Y en otro lugar la Biblia dice: "El que
en él (Jesucristo) cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido
condenado" (Jn. 3:18). Esto nos indica
claramente la trascendencia eterna de esta separación entre vivos y muertos
(espiritualmente), es decir entre los que creen y los que no creen en el Hijo
de Dios.
No mire usted las apariencias de las cosas;
no se sienta usted superior a otro porque pertenece a ciertas clase y el otro
no. Piense más bien si está en la única clase que importa, si usted tiene o no
al Hijo de Dios.