MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
24 de junio
Los gritos de Dios
El escritor cristiano C. S. Lewis escribió:
"Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia,
pero nos grita en nuestros dolores".
La idea de Dios susurrándonos, hablándonos y
gritándonos –así con esa gradualidad– no
es en nuestros días una idea muy aceptada. Es más bien una imagen mística, casi
medieval, propia de gente fanática. Sin embargo, esta frase la escribió quien
fuera uno de los más eminentes catedráticos de Cambridge y Oxford del siglo XX.
Los que tenemos el privilegio de conocer a
Dios podemos percibir –según el decir de Lewis–
que Dios le está gritando al mundo entero en nuestros días.
Los israelitas en los tiempos bíblicos
tenían a los profetas que les gritaban mensajes de Dios desde los montículos en
los campos, desde las esquinas de las plazas, o en los portales del templo. Los
israelitas podían aceptar o rechazar el mensaje que Dios les enviaba, pero Dios
dejaba constancia había hecho oír su voz a través de sus profetas. A Ezequiel
Dios le dice: "Yo, pues, te envío a hijos de duro rostro y de empedernido
corazón; y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor. Acaso ellos escuchen; pero
si no escucharen, porque son una casa rebelde, siempre conocerán que hubo
profeta entre ellos" (2:4-5). Sus profetas daban testimonio de que Dios
había enviado su palabra, y que su cumplimiento se apresuraba a venir. A
Jeremías Dios le dijo en cierta ocasión: "¿Qué ves tú, Jeremías? Y dije:
Veo una vara de almendro (en hebreo 'shaked'). Y me
dijo Jehová: Bien has visto; porque yo apresuro (en hebreo 'shoked')
mi palabra para ponerla por obra" (1:11-12).
Hoy, Dios ya no tiene esos profetas. Los
tiene, pero no de esos que se paran a gritar en las calles los gritos de Dios
por los pecados de
Entonces, Dios tiene que hacerse oír de una
manera extrema y dolorosa. Los susurros y la voz delicada de Dios no se pueden
oír en el tráfago de las grandes urbes, en el ir y venir de las transacciones,
y en el bullicio de las bocinas en las grandes avenidas.
Entonces, tiene que venir una gran
detonación, que es como el grito de Dios. Y entonces ocurren ciertas cosas,
cosa a veces terribles como un gran terremoto, una tragedia imprevisible, una
catástrofe que enluta a todo un país. Y las gentes buscan explicaciones
inmediatas dentro de la esfera de lo visible. Y surgen recriminaciones e
hipótesis. Sin embargo, pocas veces se detienen a mirar hacia el cielo para
escuchar de Dios dar alguna explicación de ese grito desgarrador.
Incluso muchos siervos de Dios, que debieran
saber esa explicación, no