MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
22 de junio
Dos potrillos
Hay una preciosa alegoría que muestra los
preciosos frutos de la disciplina de Dios.
Se trata de dos potrillos que eran hermanos.
Ellos disfrutaban de la vida al aire libre corriendo por las praderas. Un día,
ambos fueron laceados y llevados a las caballerizas del rey, donde comenzó un
estricto período de disciplina. Ellos nunca habían pensado que existiría tal
cosa. De pronto, uno se rebeló, y dijo: "Esto no es para mí. Me gusta mi
libertad, mis montañas verdes, mis arroyos de agua fresca". Un día saltó
el muro de su encierro y escapó.
Extrañamente, el entrenador no hizo nada
para traerlo de vuelta. Más bien se abocó a entrenar al que había quedado. Fue
un adiestramiento tan eficaz, que el potrillo comenzó a aprender a obedecer las
órdenes, y los más mínimos deseos de su entrenador. Finalmente, le pusieron los
arneses y lo uncieron a la carroza del rey junto a otros cinco caballos.
Un día, iba la carroza del rey, engalanada,
por el camino real. Los seis caballos llevaban arneses de oro, y campanitas de
oro en sus patas. Cuando ellos trotaban, las campanillas sonaban dulcemente.
Desde lo alto de una loma, un potrillo
observa. Cuando se acerca la carroza, reconoce a su hermano, y dice: "¿Por
qué han honrado tanto a mi hermano, y a mí me han despreciado? No han puesto
campanillas en mis pies ni adornos en mi cabeza. El maestro no me ha dado esa
maravillosa responsabilidad de tirar de su carroza. ¿Por qué mi hermano y no
yo?". Entonces, escucha una voz que le dice: "Porque él se sujetó a
la voluntad y a la disciplina de su maestro, y tú te rebelaste".
Después de esto vino una terrible sequía.
Los pequeños arroyos dejaron de fluir y los pastos se secaron. Sólo había unos
cuantos charcos de barro por aquí y por allá. El potrillo salvaje corría de un
lado a otro buscando qué comer y beber, pero no encontraba nada. Estaba débil,
y las patas le temblaban.
De pronto, ve de nuevo la carroza del rey
que viene por el camino. ¡Allí viene otra vez su hermano, fuerte y hermoso, con
sus atavíos de oro! Sacando fuerzas de flaqueza, le grita: "¡Hermano mío!
¿Dónde encontraste el alimento que te ha mantenido tan fuerte y robusto en
estos días de hambre? En mi libertad, yo he ido por todos lados, buscando
comida, y no encuentro nada. ¡Dímelo, por favor! ¡Tengo que saberlo!".
Entonces, viene la respuesta de su hermano,
con voz victoriosa y llena de alabanza: "Hay un lugar secreto en los
establos de mi maestro, donde él me alimenta de su propia mano. Sus graneros
nunca se acaban, y su pozo jamás se seca". Las lágrimas del potrillo
salvaje no fueron suficientes para borrar la amargura de su corazón.
Así nosotros, tenemos que perder nuestra
libertad, esa efímera y vana libertad que el hombre ansía. Tenemos que aceptar
la disciplina de nuestro Padre, para ser uncidos en la carroza del Rey. ¡Qué
honor más grande, que nosotros podamos llevar a nuestro propio Maestro!