MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
20 de junio
Al Señor antes que a los hombres
El libro de los Hechos es el relato más
apasionante de la vida de iglesia. Muchas tentativas de restauración, muchos
avivamientos posteriores han tenido como modelo y ejemplo aquellos gloriosos
días primeros de
El primer movimiento lo tenemos a partir del
capítulo 2, y el segundo a partir del capítulo 13. El primero es el comienzo en
Jerusalén, para todo el mundo judío, y el segundo es el ocurrido en Antioquia,
para todo el mundo gentil.
En ambos hay un hecho previo de superlativa
importancia: aquellos que Dios habría de utilizar estuvieron delante del Señor,
ministrando al Señor, en una espera paciente, antes de ser enviados por Dios a
hacer Su obra. La orden del Señor antes de ascender a los cielos había sido
clara: "Esperen en Jerusalén". Los discípulos obedecieron esa orden,
y el Espíritu Santo vino sobre ellos como un viento recio.
Más tarde, en Antioquia, los profetas y
maestros de esa iglesia estaban ministrando al Señor cuando el Espíritu Santo a
apartó a dos de ellos para
El principio es este: hemos de esperar
delante del Señor antes de salir. Hemos de ministrar al Señor antes de
ministrar a los hombres. Alguien ha dicho que un siervo de Dios está realmente
preparado para servir sólo cuando está dispuesto a no ser usado. El silencio
delante de Dios es más difícil de soportar que el bullicio entre los hombres.
Hay demasiada obra que es fruto de la
impaciencia del hombre, del ingenio e inventiva del hombre, antes que de una
orden de Dios. El único que puede iniciar una obra espiritual es Dios. Si no
comienza Dios, él no se sumará después a la obra del hombre. Si una obra
comienza en el hombre concluirá con el hombre como protagonista y figura.
Este es un asunto muy delicado, pues al
ignorar este hecho, o al violar deliberadamente este principio, estamos
presentando ante los hombres una obra de calidad inferior a la que debiéramos,
y por sobre todo, estamos añadiendo dolor al corazón de Dios.
Dios querría bendecir la obra de sus hijos,
usarlos para la mayor obra que jamás el hombre ha emprendido. Él quisiera poder
usar a cada cual de la mejor manera; pero el problema del hombre es el
apresuramiento, la incapacidad para esperar en Dios. Dios quiere darnos sus
instrucciones, mostrarnos el modelo del monte, capacitarnos antes, pero
nosotros no estamos dispuestos a esperar. Somos obsesivos, y vanidosos.
Pensamos que sabemos, que podemos, y que casi no necesitamos de Dios para hacer
Su obra.
Que el Señor nos frene en nuestra
impulsividad, y nos hable al corazón, diciéndonos: "Estad quietos y
conoced que yo soy Dios".