MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
15 de junio
Atendiendo las necesidades presentes (2)
Tal como decíamos ayer, el apóstol Juan en
su Primera Epístola trata cuatro o cinco temas de manera circular, volviendo
siempre sobre cada uno de ellos, pero agregando siempre algo nuevo. Cada uno de
estos temas responde a alguna de las advertencias que nuestro Señor hizo
respecto de los días finales.
El primero de ellos es el pecado. El Señor
advirtió que en el tiempo final la maldad aumentaría (Mat. 24:12). Si miramos
alrededor, veremos ya el cumplimiento de esta profecía, aunque sin duda esto
aumentará todavía. ¿Cuál será la suerte de un cristiano en un ambiente así?
¿Qué puede hacer el cristiano inmerso en un mundo tan pecaminoso? El apóstol
nos ofrece la solución de Dios para este problema.
En primer lugar, el cristiano que ha pecado
debe reconocer su pecado, y confesarlo. "Si decimos que no tenemos pecado
nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (1ª Jn.1:8). Reconocer que se ha pecado y confesarlo es el
primer paso para solucionar el problema.
Luego, tenemos la preciosa sangre del Señor
a nuestro favor: "Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión
unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado" (1ª Jn.1:7). La sangre del Señor es el
"instrumento" más eficaz, y que nunca pierde su valor.
Lo tercero, Dios ha provisto para el
cristiano que ha pecado, un Abogado en los cielos: "Si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo" (1ª Jn. 2:1). La falta ya ha sido cometida, pero tenemos el
mejor Abogado que intercede por nosotros. ¿No será eficaz nuestra defensa?
Lo cuarto es la propia vida de Dios que está
dentro de nosotros, la cual no peca. Los recursos anteriores están fuera de
nosotros; éste está dentro de nosotros. "Todo aquel que es nacido de Dios
no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él" (1ª Jn. 3:9). No se trata de que el cristiano no peque, sino de
que no practica el pecado. El pecado es la excepción, no la regla. ¿Por qué?
Porque la vida de Dios permanece en él.
En quinto lugar, tenemos la intercesión del
hermano, en el caso de aquel que ha pecado, y que ha sido visto por otro. Él
puede interceder por su hermano, y Dios le perdonará. "Si alguno viere a
su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará
vida" (1ª Jn. 5:16). La oración de la iglesia
(representada aquí por un hermano), es eficaz para ir en ayuda del miembro
debilitado. El socorro, entones, viene también del hermano.
Como vemos, la provisión de Dios para el
problema del pecado es múltiple, y completamente eficaz. Unos operan desde
afuera, con respecto a Dios, como la sangre de Jesucristo, y la función
intercesora del Hijo de Dios como Abogado. Otra opera desde adentro: la
simiente de Dios permaneciente en nosotros, la cual nos da el poder para no
cometer pecados. Finalmente, la ayuda viene otra vez desde afuera, esta vez en
sentido horizontal, desde nuestro propio hermano.
¿Es, pues, el pecado que nos circunda
–e intenta seducirnos– un problema
insoluble para el cristiano? Es un problema, sí; pero no sin solución. Porque
Dios ha provisto todo lo necesario para nuestra victoria. ¡Aleluya!