MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
12 de junio
El ciego de nacimiento
La enfermedad del ciego de nacimiento, según
nos relata Juan, fue para que las obras de Dios se manifestasen en él. Y esto
se cumplió cabalmente. La sanidad de este hombre no sólo es un hecho milagroso
del Señor, sino que es también una metáfora de la ceguera espiritual, y de cómo
ella es sanada.
Luego que el Señor sanó a este hombre, su
visión del Señor Jesucristo pasó por tres etapas, al final de las cuales, el
Señor mismo se reveló a él.
Cuando las gentes lo interrogaban acerca de
quién lo sanó, él dijo: "Aquel hombre que se llama Jesús". Su
conocimiento es vago e insuficiente. La segunda vez que es interrogado, esta
vez por los fariseos, él contesta de Jesús que era "profeta". Aquí
vemos que la luz comienza a manifestarse en él. Más adelante, cuando los
fariseos le apremian más, el hombre se vuelve más y más osado, hasta el extremo
de decirles: "Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer", lo cual
implica, por un lado, aceptar el riesgo de dar un testimonio favorable a Jesús,
y por otro, declarar derechamente que él venía de Dios. Luego de este
testimonio, los judíos le expulsan de la sinagoga.
Cuando oyó Jesús que le habían expulsado, lo
buscó, lo halló y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?", y se
reveló a él.
Aquí
hay cosas muy importantes que destacar. Primero, que la luz espiritual, la
revelación, es gradual. Aunque el ciego quedó sano inmediatamente de su
ceguera, en lo espiritual, el conocimiento espiritual pasó por etapas de mayor
luz cada vez. Segundo, que recibe más luz quien es consecuente con la luz que
ha recibido. El hombre se mantuvo firme en medio del abandono de que fue objeto
por parte de sus padres, y de la hostilidad por parte de los judíos. No temió
ante las amenazas que se cernían sobre él. Su gratitud y su deseo de honrar a
quien lo había sanado pudieron más que toda otra consideración.
Tercero, que esa luz recibida lo fue,
literalmente, "sacando" de
Cuarto, que Cristo se le reveló cuando él
estaba afuera. Sólo afuera de ese sistema formalista y opresivo, el hombre pudo
conocer realmente quién era Jesús. Adentro, sólo Moisés era reconocido como
profeta ("nosotros discípulos de Moisés somos"), Jesús no era nadie.
El Señor no descalificó las sinagogas, aunque eran una institución ajena a la
ley misma, surgida en tiempos del cautiverio babilónico. Sin embargo, el hecho
de no fustigarla no significaba que las respaldara. En ellas eran leídos la ley
y los profetas – que daban testimonio de él; sin embargo, él mismo no era
creído.
Los
sistemas religiosos ahogan la vida y apagan la luz espiritual. Los hombres allí
se vuelven defensores de grandes hombres del pasado, pero olvidan y desconocen
la verdadera religión y su verdadero Dios.
Los hombres honestos aman la luz, pero no
todos están dispuestos a pagar el precio por ella. Por eso la medida de luz no
aumenta, y Jesús no es verdaderamente conocido.