MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
7 de junio
Piedad y mujer
En las últimas epístolas de Pablo (las dos a
Timoteo y a Tito) se menciona varias veces una palabra que no se menciona en
las anteriores: 'piedad'. Su ocurrencia se explica por el avanzado deterioro
que ya muestra la iglesia, y que obliga al apóstol a hacer uso de un término
que signifique la integridad y coherencia de la vida cristiana, es decir, no
sólo como una fe que se lleva en el corazón, sino como una forma de vida.
Y entonces utiliza frecuentemente esta
palabra, aplicándola a las más variadas esferas de la vida humana. Él espera
que la piedad sea la forma de vida de los cristianos. Así, la aplica a la
mujer, a la vida familiar, a la juventud, a la actitud del cristiano frente a
los bienes.
Hoy, veamos lo relacionado con la mujer
cristiana. Dice el apóstol: "Quiero, pues ... que
las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado
ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como
corresponde a mujeres que profesan piedad" (1ª Tim. 2:8-10). La piedad en
la mujer tiene que ver con su atuendo y con sus obras. Por supuesto, no sólo
con su atuendo, sino también con sus obras.
La mujer pone gran cuidado en su
presentación personal, del cuidado de su cuerpo y de su vestido. Ella tiene
gran conciencia de su belleza, de su gracia natural, y, ella sabe que estas
cosas pueden realzar esa belleza. Entonces surge para ella un gran dilema.
Respecto a la presentación de la mujer,
Pablo presenta dos opciones: por un lado, la ropa decorosa, el pudor y la
modestia; por otro, la ostentación, los vestidos costosos, el oro y las perlas.
Él dice sí a lo primero; no a lo último. Y lo primero debe ir de la mano con
las buenas obras "como corresponde a mujeres que profesan piedad".
¿Qué evoca una mujer cristiana en los que la
ven? ¿Es su aspecto el de una mujer de mundo, muy a la moda, con aderezos
sofisticados? ¿Es su aspecto evocador de la belleza interior, del recato, de la
pureza, de la santidad? No pretendemos proponer para la mujer un estilo de
vestir ridículo y anacrónico. No se trata tampoco de alentar el descuido en la
presentación y en el vestido. Lo que se quiere decir va más allá que las meras
cuestiones externas. Es un asunto de qué evoca en el que las ve, qué impresión
de la persona queda en el corazón.
Si una cristiana hace evocar a una conocida
mujer de mundo, o una determinada moda; más aun, si despierta algún deseo
impuro, entonces está prestando su cuerpo, su belleza, para lo banal y deshonroso.
Si, en cambio, tiene ese 'aire' indescriptible de la verdadera belleza, la
belleza 'radiante', como alguien la describe, entonces habrá conseguido una
magnífica victoria – sobre su ego, su vanidad; y habrá señalado un
ejemplo que otras mujeres podrán seguir.
Este es el comienzo del "atavío
interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y
apacible, que es de grande estima delante de Dios" (1ª Pd.
3:4). Esta es la verdadera piedad –y la verdadera belleza–
en la mujer.