MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
22 de julio
Cobarde y valiente
Éxodo 2:11-20.
En este breve pasaje podemos comprobar lo
engañoso que es el corazón del hombre. Moisés demuestra, primeramente, una gran
cobardía ante Faraón, por el asesinato cometido, y luego una gran valentía ante
los pastores de Madián.
Ante Faraón, Moisés estaba actuando como
libertador de Israel, y lo estaba haciendo con sus propias fuerzas, porque no
era el tiempo ni el modo de libertar del Señor. En cambio, ante los pastores,
Moisés no estaba comprometiendo el propósito de Dios. No estaba involucrándose
en la obra de Dios, sino simplemente estaba defendiendo a las hijas de Reuel,
en una causa justa.
Nadie puede agradar a Dios y hacer su obra
usando sus recursos carnales. Nadie puede iniciar una obra, sino Dios. ¡Qué
horrible es este inicio (el asesinato de un hombre) y qué distinto de aquel
otro de la zarza ardiendo! Porque aquél asesinato fue cometido en la confianza
de que sus hermanos comprenderían que “Dios les daría libertad por mano
suya” (Hech. 7:25), “mas ellos no lo
habían entendido así”. ¿Podía ser este un inicio divino? ¿Con
derramamiento de sangre humana?
Moisés se estaba anticipando cuarenta años.
Estaba en la plenitud de sus fuerzas, y en la presunción de sus capacidades.
Faltaba aún mucho que aprender para que pudiera llegar a decir: “¿Quién
soy yo para que saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éx. 3:11).
Moisés estaba apto para defender una causa
humana, pero no para iniciar una obra divina. Para lo primero se requiere sólo
iniciativa y cierto sentido de justicia; para lo segundo, se requiere que Dios
tome la iniciativa.
Así pues, para la obra de Dios toda valentía
humana es inútil; toda osadía se torna en temor, y el más fiero corazón humano
se vuelve como aguas. Sólo el Señor puede iniciar una obra y capacitar
debidamente a quienes la realizan.