MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
18 de julio
Desechada y exaltada
La iglesia encuentra en el Antiguo
Testamento un absoluto silencio acerca de su existencia y dignidad. Sin
embargo, hay, por aquí y por allá, algunos tipos, figuras, o sombras que la
anuncian anticipadamente.
Para los ojos ungidos no es difícil apreciar
la hermosura de estas prefiguraciones.
Asenat y Séfora. Dos mujeres no judías, esposas de personajes
destacados. La primera, es la esposa egipcia de José, un tipo de Cristo. La
segunda, la esposa madianita de Moisés, otro tipo de Cristo.
Asenat y José, su
marido, tipifican la iglesia y Cristo, respectivamente. Lo mismo ocurre con Séfora y Moisés su esposo. Séfora
se unió a su marido durante su vida oscura en el desierto; Asenat
fue unida a José en el tiempo de su exaltación.
Dos momentos, dos mujeres, unidas a dos
esposos en distintas posiciones. Pero una y sola realidad, una y sola gloriosa
realidad.
Es, simplemente, la iglesia, en su
rechazamiento en el mundo hoy, y en su exaltación, mañana.
La iglesia en el mundo. Séfora
unida a un pastor de cabras, despojado de la gloria y rango que disfrutaba en
Egipto, olvidado por sus hermanos por 40 largos años. ¡Qué de noches a la
intemperie! ¡Qué de estrecheces, de trabajos y fatigas! Y sobre todo, aquellos
prolongados silencios –inextricables–
compartidos con un fugitivo de
La iglesia en gloria. Asenat,
hija de Potifera, sacerdote egipcio; pero por sobre
todo, esposa de José, el gobernador, el primero después de Faraón, y ante quien
toda rodilla se dobla. Ella es principal en linaje, y en sus esponsales. ¡Qué
fiestas hubo el día de sus bodas! ¡Qué derroche de comida, bebida y jolgorio!
Su marido –el más hermoso de los hijos de los hombres–
ha sido exaltado desde la cárcel al trono de la primera potencia del mundo. Su
gloria, esplendidez y boato, ¿quién los puede opacar? Nadie, jamás.