MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
11 de julio
Un nuevo corazón
Todo hombre nacido de mujer en este mundo,
nace bajo la esclavitud del pecado y con un corazón duro como piedra, engañoso
y perverso (Jer. 17:9).
En las Escrituras, cuando se habla del
corazón, el término tiene un sentido moral y no físico. El corazón es sinónimo
de la naturaleza propia del hombre, porque siempre que la Palabra se refiere a
él, le atribuye las cualidades morales tales como el entendimiento (Sal. 49:3),
las decisiones (Prov. 23:15), los sentimientos (1 Sam.
2:1), las intenciones (Heb. 4:12), etc.
Jesús, que conoce bien lo que es la
naturaleza humana (Jn. 2:25), dice que de este
corazón perverso salen todas las cosas malas y contaminan al hombre (Mar.
7:20-23). El Señor también se refiere a su propia naturaleza divina usando la
misma palabra “corazón”, cuando dice: “Y percibió Jehová olor
grato; y dijo Jehová en su corazón … Y yo me
suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón…” (Gén. 8:21; 1 Sam. 2:35).
En muchos pasajes de las Escrituras, el
Señor se refiere al corazón como el gran problema del hombre pecador (Gén. 6:5), y promete hacer una obra de circuncisión, una
operación para cambiar ese corazón (Deut. 10:16).
Esta circuncisión fue hecha por Cristo en la cruz; no una circuncisión en la
carne, sino la circuncisión de Cristo (Col. 2:11), hecha en el corazón (Rom. 2:29).
Esta es la obra de regeneración hecha por el
Espíritu. Por la fe en la obra realizada y consumada por Cristo en la cruz, el
Espíritu Santo realiza en nosotros esta circuncisión del corazón. Él nos hace
nacer del agua y del Espíritu (Juan 3:5), quitando el corazón de piedra y
dándonos un corazón de carne y un espíritu nuevo (Ez.
36:25-27). Después que el Espíritu hace esta obra de regeneración, él mismo
mora en este nuevo corazón, imprimiendo su ley en él (Heb.
8:10).
A partir de la regeneración, recibimos del
Señor un corazón nuevo, y también compartimos el mismo corazón con todos los
hermanos. Un corazón y un camino, con el temor del Señor en él, para que nunca
nos apartemos de Él (Jer. 32:39-40).
Este nuevo corazón es la morada de Cristo
por la fe (Ef. 3:17), el santuario del Espíritu. No un corazón corrupto, sino
que ahora de él mana la vida (Prov. 4:23). Este corazón nuevo es la seguridad
de la nueva criatura. Es el Lugar Santísimo. Nuestro cuerpo necesita aguardar
la redención, el alma precisa ser santificada, la mente debe ser renovada. Mas,
el corazón es el trono del Señor, de donde fluyen ríos de agua viva (Juan
7:38).
Por eso, el Señor llama a los regenerados a
no endurecer sus corazones cuando él habla por su Espíritu (Heb.
3:8). “No endurezcáis vuestros corazones”, se refiere al corazón de
carne, el cual no debemos volver a hacerlo duro como antes en nuestra
ignorancia.
Gracias a Dios por este nuevo corazón, por
medio del cual podemos volvernos por completo hacia Él y conocerle (Jer. 24:7).