MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
28 de febrero
De truenos a silbos apacibles
La figura y genio de los apóstoles Juan y
Jacobo queda muy en evidencia en el pasaje de Lucas 9. Los samaritanos no
quieren recibir al Señor, entonces ellos sugieren hacer lo mismo que hizo Elías
con los enviados del rey Ocozías, es decir, hacer
llover fuego del cielo para consumirlos.
Ellos, como todo judío, conocían muy bien la
historia nacional, y en ella ocupaba un importante lugar el profeta Elías. El
mismo que había hecho llover fuego sobre los sacrificios aquella memorable
tarde ante los profetas de Baal. Ellos debieron quedar impresionados por las
hazañas de Elías, y ahora quieren realizar su sueño de emularlas. ¿Quién mejor
que su Maestro para hacerlo?
Esto no es de sorprender en Juan y Jacobo.
El Señor mismo, conociéndolos mejor que nadie, los había bautizado como "Boanerges" – los hijos del trueno. Ellos poseían
el carácter iracundo y vehemente de Elías. Y ahora, ellos consideraban una
ofensa imperdonable que los samaritanos hayan desairado así al Maestro.
Ellos no entienden el momento que su Maestro
está viviendo. Unos pocos versículos más arriba, la Biblia dice: "Cuando
se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro
para ir a Jerusalén". ¿Qué interés podía tener el Señor de vindicarse a sí
mismo si su corazón iba dispuesto para ir a la muerte?
Por eso el Señor usa un lenguaje muy
diferente, el lenguaje del amor. Algún tiempo atrás, aliados con su madre, se
habían acercado al Señor para obtener un futuro privilegio en su reino, aquel
día el Señor les había hablado el lenguaje de
Cuando ellos pretenden imitar a Elías no
tienen en cuenta la lección que Dios le dio al profeta en la cueva de Horeb. La
presencia de Dios no se manifestó ni en el viento ni en el terremoto ni en el
fuego, sino en el silbo suave y apacible. Ahora es preciso que ellos sean
transformados de truenos en silbos suaves y apacibles.
Cuando vemos a Juan recostado sobre el pecho
del Señor en la última cena, y luego, cuando leemos los escritos del Juan
anciano –en especial sus epístolas–,
vemos el comienzo y la consumación, respectivamente, de este logro en cuanto al
amor. Por otro lado, cuando leemos en el libro de Hechos la temprana y heroica
muerte de Jacobo, comprobamos que él pudo renunciar a aquellos pretendidos
privilegios de grandeza y bebió de la copa de su Señor.
Así también nosotros, cómo necesitamos oír
el lenguaje del amor y el de la humildad, y encarnarlos. Para que se cumpla en
nosotros la bienaventuranza de Juan y Jacobo, estos dos truenos transformados
en silbos suaves y apacibles. Un poco hoy, otro poco mañana, el Espíritu Santo
de Dios nos va tocando, derribando, quebrantando hasta lograr su precioso
objetivo. ¿Lo logrará con nosotros como lo hizo con ellos? ¿Qué diremos? ¡No
hay imposible para Dios!