MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
24 de febrero
Tres operaciones del dolor
Según C. S. Lewis, luego de la caída, no
somos sólo criaturas imperfectas que deben ser mejoradas: somos rebeldes que
deben deponer sus armas. Es necesario morir diariamente, pues cuando menos lo
pensamos volvemos a encontrar al yo rebelde más vivo que nunca. Este proceso,
que no puede darse sin dolor, es lo que se conoce como
"mortificación".
Ahora bien, el dolor hace trizas varias
ilusiones en nuestra vida. La primera, el pensar que todo está bien con
nosotros. A diferencia del error o el pecado, el dolor es un mal no
enmascarado, evidente: todos sabemos que algo anda mal cuando algo nos duele.
El dolor es un mal imposible de ignorar. Podemos seguir tranquilos y contentos
con nuestros pecados y estupideces, pero el dolor insiste en ser atendido. Dios
nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra conciencia, pero nos grita en
el dolor: es el altavoz que utiliza para despertar a un mundo sordo. Mientras
el hombre malvado no descubre el mal presente en su existencia en forma de
dolor, está encerrado en una ilusión.
Una vez que el dolor lo ha despertado, sabe
que se encuentra enfrentado al universo real: o se rebela o intenta algún tipo
de ajuste que puede llevarlo a
Un segundo efecto del dolor toca nuestra
autosuficiencia, pues rompe la ilusión de que lo que tenemos, sea bueno o malo
en sí mismo, es nuestro y nos basta. Todos han advertido cuán difícil es volver
nuestros pensamientos a Dios cuando todo va bien en nuestras vidas.
"Tenemos todo lo que deseamos" es una frase terrible cuando
"todo" no incluye a Dios. Encontramos que Dios es una interrupción.
Pensamos en Dios como el aviador piensa en su paracaídas: está ahí para las
emergencias, pero espera no tener que utilizarlo nunca.
Ahora bien, Dios sabe lo que somos y que
nuestra felicidad está en él. Y, sin embargo, no la buscaremos en él mientras
nos deje cualquier otro recurso donde sea siquiera posible de buscarla.
Mientras lo que llamamos "nuestra propia vida" se mantiene agradable,
no la entregaremos a Dios. ¿Qué puede hacer Dios, entonces, por nuestro bien,
sino hacer "nuestra propia vida" menos agradable para nosotros, y
hacer desaparecer la posible fuente de falsa felicidad?
Una tercera operación del dolor es
señalarnos el camino hacia la verdadera autosuficiencia: rendir nuestra
voluntad a la de Dios, y hallar nuestra fortaleza en él. Es en la
"prueba" o "sacrificio" supremo que aprendemos cuál es la
verdadera autosuficiencia que debiéramos poseer y en la que debiéramos
apoyarnos: la fortaleza que Dios nos da a través de nuestra voluntad sometida.
La voluntad humana se hace verdaderamente creativa y verdaderamente nuestra
cuando es por completo de Dios. De esto nos dio ejemplo el Señor Jesús en el
Calvario. Allí lo ejemplificó para que lo imitáramos, sin ningún apoyo natural.