MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
22 de febrero
El bien simple y el bien complejo
Existe una paradoja en el cristianismo en
torno a la tribulación, plantea C. S. Lewis. Son bienaventurados los pobres,
pero debemos eliminar la pobreza, mediante la justicia social y las limosnas.
Somos bienaventurados cuando nos persiguen, pero podemos evitar la persecución
huyendo de ciudad en ciudad, y podemos implorar que se nos libere de ella.
Pero si el sufrimiento es bueno, ¿no
deberíamos buscarlo en vez de evitarlo? La respuesta es que el sufrimiento no
es bueno en sí mismo. Lo que es bueno en cualquier experiencia dolorosa es,
para el doliente, su entrega a la voluntad de Dios; y para los espectadores, la
compasión que despierta y los actos de misericordia a que conduce.
En el universo caído y parcialmente redimido,
podemos distinguir (1) el bien simple que desciende de Dios; (2) el mal simple
producido por las criaturas rebeldes; y (3) el uso de ese mal por Dios para su
propósito redentor, que produce (4) el bien complejo al que contribuyen el
sufrimiento aceptado y el pecado del cual ha habido arrepentimiento.
Ahora bien, el hecho de que Dios puede
producir un bien complejo a partir de un mal simple no disculpa a aquellos que
hacen el mal simple. Y esta distinción es central. Ocurrirán ofensas, pero ay
de aquellos por quienes ocurren; los pecados sí hacen abundar la gracia, pero
no debemos tomar eso como excusa para continuar pecando. La crucifixión misma
es el mejor, y al mismo tiempo el peor de los hechos históricos, pero el papel
de Judas sigue siendo simplemente malvado.
Cuando un hombre malvado inflige dolor a su
prójimo, Dios puede convertir ese mal simple en un bien complejo, pero sin duda
juzgará a quien realizó ese mal. Todo colabora con el propósito de Dios, aunque
para los hombres involucrados sea muy distinto colaborar como Judas o como
Juan.
Todo el sistema está calculado, por así
decirlo, para el choque entre los hombres de bien y los malos, y los buenos
frutos de la fortaleza, paciencia, compasión y perdón por los cuales se permite
la crueldad del hombre cruel, presuponen que el hombre de bien continúe
buscando el bien simple.
Nadie debe transformar esto en una licencia
general para afligir a la humanidad, porque "la aflicción es buena para
ella". Eso significaría ponerse en el lugar de Satanás, o de Judas. Si
alguien quisiera imitarlos, deberá estar dispuesto a recibir su misma paga.
Los que sufren de buena voluntad hacen
posible que detrás de un mal simple venga para ellos un bien complejo, por la
intervención en gracia, de Dios. El bien simple y el bien complejo provienen de
Dios, pero la diferencia entre ambos lo hace el sufrimiento. La mayor riqueza
del segundo está mediado por el dolor aceptado por la
fe.
Aceptar el sufrimiento y arrepentirse de los
pecados, por parte del hombre, es lo que hará posible que un mal simple se
convierta en un motivo de riqueza espiritual.