MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
19 de febrero
El ministerio de una mujer de Dios (1)
"Pero se salvará engendrando hijos, si
permaneciere en fe, amor y santificación, con modestia" (1ª Tim. 2:15).
"Que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a
ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos,
para que la palabra de Dios no sea blasfemada" (Tito 2:4-5). "Las
casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor" (Ef. 5:22)
"La mujer respete a su marido..." (Ef. 5:33).
La mujer de Dios tiene amplias posibilidades
de realización y de servicio. De estos pasajes, podemos extraer dos áreas de
responsabilidad de la mujer en el hogar: 1. Amar y respetar a su marido. 2.
Amar y cuidar de sus hijos.
Amar y respetar a su marido. El primer
mandamiento es amar. Siendo la mujer de un carácter sensitivo y afectuoso, no
resulta por lo general muy costosa esta demanda.
La mujer creyente que se ha casado
enamorada, tendrá una disposición favorable hacia su marido, lo cual le
facilitará enfrentar los días difíciles, y reforzar los lazos de amor ya
existentes. Ahora bien, si no se ha casado enamorada, entonces hallará la
oportunidad de encontrar en Dios el amor que le fue esquivo.
Sea como fuere, podrá llegar a amar a su
marido con el amor del Señor, incluso aunque éste no sea creyente. Ahora bien,
la demanda de respetar al marido pudiera encontrar mayores dificultades que
Si el amor de la mujer hacia el marido
pudiera considerarse un sentimiento más o menos natural y espontáneo, el
respeto no lo es. Por tanto, la mayor demanda para la mujer es respetar a su
marido, valorándolo como la iglesia valora a su Señor. El amor (sin el debido
respeto) pudiera ser para la mujer una cómoda excusa para manipular al marido,
y una causa de roce permanente que provoque el desagrado de Dios.
Amar y cuidar a sus hijos. El amor a los
hijos se traduce en los cuidados, la crianza, la instrucción, y la disciplina,
en el Señor. (Efesios 6:4). El amor de la mujer hacia sus hijos es el afecto
más necesario para ellos, y por lo tanto, es indelegable. Esto significa que
una mujer de Dios no puede traspasar esta función a otra mujer. Podrá recibir
ayuda, pero no puede ser reemplazada.
Una mujer que trabaja demasiado, y que, por
ende, está demasiado tiempo lejos del hogar, corre el peligro de que la 'nana'
ocupe en el corazón de sus hijos el lugar que le corresponde a ella. La 'nana'
puede ocupar perfectamente su lugar en la casa; pero no el de la madre en
cuanto al amor y la instrucción de los hijos.
Así que, el hogar es el primero e
indelegable ámbito de acción y de servicio de una mujer de Dios. Si falla en
esto, falla en todo.