MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
4 de febrero
La delicadeza del Señor
"Respondieron entonces los judíos, y le dijeron:
¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio?
Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me
deshonráis" (Jn. 8:48-49).
En este pasaje, los judíos
hicieron al Señor dos acusaciones falsas. Una era que tenía demonio, y la otra
era acerca de su origen: que él era samaritano.
La respuesta del Señor
contiene una aclaración con respecto a la primera acusación, pero no respecto
de la segunda. ¿Por qué calló? ¿No eran los samaritanos despreciables para los
judíos?
Los judíos despreciaban a los
samaritanos, pero el Señor los amaba.
Una mujer samaritana de la
peor reputación escuchó las palabras de su boca, y la más grande declaración
respecto de su Mesiazgo. Y luego, a petición de los hombres de su aldea, el
Señor accedió a quedarse con ellos dos días. Un leproso samaritano fue sanado
junto a otros nueve judíos, y volvió él solo a dar gracias por el milagro. Un
samaritano fue puesto por el Señor para representarlo a Él mismo en la parábola
del mismo nombre, como ejemplo de amor al prójimo, que no fue hallado ni en el
sacerdote ni en el levita judío.
¡Oh,
amor profundo que le llevó a asociarse con los pobres de la tierra, con los
despreciados! ¡El Señor de señores come y bebe, y acepta el cobijo de los
enemigos despreciados de su pueblo!
Jesús no era samaritano, pero
cómo los amaba, y tanto, que el desprecio de ellos no opacó su amor (Luc.
9:52-56). Cómo nos ha amado también a nosotros. Si él se hubiese defendido de
no ser samaritano, hubiera sido como defenderse de no ser africano o asiático,
negro o amarillo. Y, de verdad, Él no se habría avergonzado de ser eso o
aquello. Fue judío, simplemente por causa de la elección de los padres, pero en
su corazón estaban los judíos y todas las razas, con el mismo e invariable amor
que le llevó a morir en la cruz.