MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
29 de enero
La asombrosa justicia de Dios
Cuando llegamos al tema de la
justicia de Dios, de cómo le es imputada al hombre, y a quiénes Dios la
atribuye, entonces nos llenamos de asombro. Para comprobarlo, debemos ir al
ejemplo primero, al arquetipo de la justicia y primer beneficiario de ella:
Abraham. Contra todo lo que a veces se dice, Abraham no era un tipo de hombre
naturalmente justo. No era lo que podría llamarse la persona moralmente
intachable como para que Dios lo galardonase con su justicia.
Cuando Dios lo llamó, vivía
en medio de la idolatría propia de los babilonios. Luego, el llamado de Dios
fue, en primera instancia, casi totalmente desobedecido por Abraham. No dejó su
parentela ni la casa de su padre, ni tampoco llegó a la tierra que Dios le
había de mostrar. 'Arrastró' a su padre Taré, llevó a su sobrino Lot, y se quedó detenido en Harán, a mitad de camino.
Luego, cuando por fin se
desprende de su padre, y sigue viaje a Canaán, Lot
todavía le seguía. Lo primero que Dios le dice estando en Canaán es: "A tu
descendencia daré esta tierra" (Gén. 12:7). No
se dice aquí que Abraham haya creído a Dios, como dice más tarde, en 15:6. Tal
parece que la promesa de Dios recibió una callada muestra de indiferencia, o
incredulidad, por parte del patriarca.
Poco después, Abraham pasa de
largo en su llamamiento, pues va a Egipto, una tierra que le traerá malísimos
recuerdos. Allí miente a Faraón, expone vergonzosamente a su esposa ("para
que me vaya bien por causa tuya", le dice a Sarai),
y, cuando todo el entuerto se aclara, retorna de Egipto cargado de regalos muy
mal adquiridos.
Tras el bochorno de Egipto,
Abraham vuelve al lugar de la bendición, Dios lo respalda generosamente en el
episodio con Lot, y en lo referente a la batalla
contra los cuatro reyes. Sólo después de esto, y de haber recibido la bendición
de Melquisedec, Abraham recibe la palabra de la justicia de Dios.
Y tampoco fue en la ocasión
más noble, pues la palabra de Dios no le vino por causa de su
"simiente" (que, según la interpretación de Pablo en Gálatas, es
Cristo), sino que vino a causa de la promesa de su propia descendencia. No
tenía hijo, y él temía que el heredero fuese "ese damasceno Eliecer". Entonces Dios le habla, y, por primera vez,
los oídos espirituales de Abraham se abrieron a la palabra de Dios, y oyó con
fe, y esa fe le fue contada por justicia (Gén. 15:6).
Así es como llegamos al punto clave en la vida de Abraham.
Así que, cuando intentamos
buscar un carácter justo en Abraham , no lo
encontramos. Y tal parece que así también ha de ser con todos los que siguen
sus pisadas en cuanto a la fe: "¿Qué, pues, diremos que halló Abraham,
nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras,
tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura?
Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le
cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree
en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia" (Rom. 4:1-5).