MEDITACIÓN
CRISTIANA PARA CADA DÍA DEL AÑO
26 de enero
La oreja de Malco
"Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la
desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
Y el siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la
vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" (Jn. 18:10-11).
Cuando el Señor fue arrestado, Pedro, que tenía una
espada, la sacó e hirió a Malco, un siervo del sumo
sacerdote, cortándole la oreja derecha.
Llevado por su celo muy humano, Pedro quiso defender
al Señor con su espada. Tal vez pensó que la captura de su Maestro era un
asunto de fuerza. Su Maestro estaba –a sus ojos, sin duda–
muy debilitado; él necesitaba un hombre fuerte a su lado. Su acción es muy
parecida a la de Uza, en tiempos del rey David,
cuando quiso evitar que el arca cayese del carro conducido por los bueyes.
¿Ayudarle a Dios?
Para sorpresa de Pedro y de todos, el Señor restauró
la oreja que había sido cortada. Su poder estaba intacto. Si no se defendía de
sus captores, no era por un problema de fuerza.
¿Cuántas veces tuvo que refrenarse para evitar que el
poder saliera de sí a raudales? Como comprimido dentro de su frágil vaso de
carne, no lo quiso usar, por ejemplo, para mover la piedra que encerraba a su
amigo Lázaro, muerto; no lo usó para procurarse comida junto al pozo de Jacob,
no lo usó para trasladarse de un lugar a otro -como ocurrió con Felipe, el
evangelista-; no para llamar a las legiones de ángeles que esperaban una sola
palabra para entrar en acción. ¿Cómo es que la mano de los que le golpearon no
se volvió leprosa como la del rey Uzías, siendo que
ellas cometieron una profanación muchísimo mayor?
En cambio, cuánto alarde solemos hacer nosotros de
nuestra pequeña autoridad, de nuestras mínimas facultades. Si está en nuestra
mano, nos procuraremos de todo el bien y nos defenderemos de todo el mal
posible, nos aprovisionaremos de todo lo que nuestra alma desea. Y si tenemos
algún poder, lo usaremos a diestra y siniestra, esforzándonos por hacerlo muy
notorio. El Señor escondió su gloria. En cambio, nosotros estamos prestos a
exhibirla.
La oreja de Malco nos dice
que el poder sólo sirve para la gloria de Dios, no para nuestra defensa, ni
para nuestra gloria.